Ya estamos en septiembre y con él llegan los relatos de Proyecto para dos de Reivindicando Blogger. Ha sido una experiencia maravillosa. Escribir a cuatro manos es divertido y se aprenden y corrigen detalles que habías pasado por alto muchas veces. Naif y yo os traemos un relato cuya idea brotó de las palabras que nos tocaron y que nos ha encantado escribir. Esperemos que os guste y que os guste tanto como nos ha gustado a nosotros descubrir una historia tan peculiar. Y por último quiero agradecer a Naif que haya sido tan paciente con los acentos que tanto me gusta saltarme y por haber escrito conmigo este relato. ¡Gracias!
Esta es la primera parte de la historia por lo que dejaré al final del relato el enlace a la segunda parte que se publicará en el blog Historias de Naif. Así que a leer se ha dicho ^^
La Biblioteca - Parte I
El espejo de cuerpo entero que cubría una de las paredes de
su habitación le devolvió la imagen que más gustaba contemplar. Se pasó la mano
por el pelo y sonrió. Luego se dio la vuelta y se miró en el que cubría la
pared opuesta. Observó la parte de atrás de la chaqueta y tiró un poco de ella
hacia abajo.
Dos golpes huecos hicieron que girase la cabeza hacia la
puerta.
-¿Señorito Silverjay?– dijo una voz al otro lado.
-Pase.
El joven se acercó a la cómoda y cogió una tarjeta de crédito
que metió en su cartera, guardándola en el bolsillo interior de la chaqueta. Al
darse la vuelta se encontró con su mayordomo personal.
-¿Qué ocurre?– preguntó mientras se abrochaba la chaqueta.
-Ha llegado una carta para usted– el hombre le tendió un
sobre blanco sin nada escrito en el exterior.
El joven la sujetó y con un movimiento de mano el mayordomo
salió cerrando la puerta tras de sí. Abrió el sobre sin pensarlo y, movido por
la curiosidad que le caracterizaba…
A Nathaniel Silverjay:
Soy un anciano al que
le queda poco tiempo en este mundo. Es mi deseo dejarle a usted lo que he
guardado durante toda mi vida, uno de los secretos más maravillosos y valiosos
que le quedan a esta tierra. Preséntese en la dirección y hora que le adjunto
en la tarjeta. Mucha suerte.
¿Mucha suerte? Ni que
fuera de vida o muerte. El joven buscó la
tarjeta y al leer la dirección comprobó que era una zona de la ciudad que no
frecuentaba. Era la zona de empresas y negocios. Eso quería decir que ese
anciano debía de ser rico o incluso mucho más. ¿Herencia misteriosa? ¿Deseo de un pobre anciano? ¿Toda una vida?
Demasiado tentador como para no acercarse. No supondría un gran esfuerzo y
no tendría que trabajar para conseguirlo. Sonrió y guardó la carta en la caja
fuerte que su padre le había instalado en la habitación, cerca de la cabecera
de su cama.
-Nathaniel, vuelves a estar de suerte.– se rio y se colocó
las mangas de la chaqueta.
Se acercó de nuevo al espejo y volvió a contemplarse. Se pasó
la mano por el pelo de nuevo y sacudió polvo inexistente de la chaqueta. Era
atractivo y él lo sabía. Rostro triangular, blanco porcelana y ojos con un
brillo infantil. Labios finos y nariz afilada.
-Hoy las chicas caerán rendidas.– se guiñó un ojo y
desapareció por la puerta.
Volvió tarde. Las cortinas se abrieron cuando solo creía que
había pasado un momento desde que se acostó. El mayordomo miró al joven desde
uno de los laterales de la cama.
-¿Por qué me despiertas?– refunfuñó entre las sábanas con voz
ronca.
-El señorito me dijo antes de marcharse que le despertase
temprano.
-¿Te dije por qué?
-Algo sobre una herencia, señorito.– respondió el mayordomo
de forma mecánica.
El joven se incorporó de la cama de golpe y recordó la carta
sonriendo.
-Prepara un buen traje.– ordenó y el mayordomo se deslizó
dentro del armario vestidor.
Nathaniel se acercó al espejo. Un escalofrío le recorrió la
columna de arriba abajo. Estaba nervioso, más incluso que cuando su padre le
compró el descapotable que se le había antojado o cuando su madre lo incluyó
como protagonista de una de sus películas.
El mayordomo le dejó unos pantalones negros, una camisa
blanca y una chaqueta negra encima de la cama. Luego desapareció. El joven se
vistió y cogió las llaves del descapotable.
Las calles eran un hervidero de gente y coches y el joven
llegó a impacientarse. Intentó buscar formas de atajar y se saltó algún
semáforo. Apretaba el acelerador cuando veía ocasión.
Al llegar a la dirección indicada, Nath se sorprendió dos
veces. La primera, porque en lugar de un majestuoso edificio en el que
residiese el anciano se encontró con un jardín. La segunda, porque en la verja
de la entrada una inscripción rezaba “Librería MIL MUNDOS”.
Uno de los secretos
más maravilllosos– pensó Nath
hirviéndole la sangre -. Debes de estar
tomándome el pelo.
De repente se acordó de algo y tomando la tarjeta leyó para
sí “… los secretos más maravillosos y valiosos…”. ¿Podría ser cierto? Poniéndose de puntillas podía llegar a ver una
casa antigua en el medio. Solo había una manera de averiguarlo. Encogiéndose de
hombros empujó la verja para entrar.
Avanzó unos pasos cuando escuchó pisadas detrás de él en el
camino de grava. Al girarse, pese a que sabía que no había nadie, se fijó en
que la verja se había cerrado, con el cerrojo corrido. Le pareció escuchar
voces, pero se quitó la idea de la cabeza.
Empujó la puerta de madera oscura sin molestarse en llamar.
Daba a un pasillo con estantes desordenados, con libros y pequeñas estatuillas,
y al fondo había una puerta entornada. Las puertas laterales estaban cerradas, por
lo que pasó de largo, entrando directamente.
Detro había un hombre sentado en una butaca, con un libro
abierto sobre su regazo. Al verle entrar levantó la vista y cerró el libro.
-¿Es usted quien me ha escrito la nota? ¿Se refería a esto-
gesticuló Nath con la mano -, a una librería?
El anciano le observó con sus ojos grises, cargados de
paciencia.
-Por favor, siéntate.- señaló el sillón de color verde frente
al suyo. Nath torció el gesto, pero lo hizo. –Bienvenido a la biblioteca Mil
Mundos. Probablemente te estés preguntando por qué te elegí a ti. –sonrió-.
Fuiste elegido al azar entre todos los jóvenes entre dieciséis y veinte años de
la ciudad.
-¿Me está tomando el pelo?– el anciano lo miró fijamente -No
debería tener acceso al censo de la ciudad.
-Razón no te falta. No debería, no, pero tampoco ha sido tan
difícil.
Nathaniel lo miró. Resopló indignado. El anciano lo miró y se
rió.
-¿Eres Nathaniel Silverjay?
-¿No es obvio?
-Es una simple formalidad. ¿Seguimos?
-Sí, soy Nath Silverjay.-le mostró el documento de identidad.
-Perfecto. Una pregunta que no viene a cuento, ¿crees en la
magia?
-¿Cómo dice? ¿Me va a regalar una varita y decirme que soy el
elegido?
-Yo mismo le increpé algo parecido a mi predecesor.- hizo una
pausa y murmuró bajito –Entonces yo tampoco creía en lo que no podía ver y
sentir.
Le miró fijamente y Nath sintió sus viejos ojos recorriendo
su cuerpo.
-De acuerdo. Antes me preguntaste si la herencia consistía en
esta biblioteca.- Nath le observó expectante –Sí, pero no sólo almacena libros,
con un importante valor histórico e intelectual. Me gustaría contarte más, pero
no me es posible por el momento. Antes de nada sería necesario someterte a una
serie de pruebas para valorarte, y firmar una declaración en la que aceptas a
no revelar nada de lo que se te muestre, de ninguna forma directa o indirecta,
consciente o no.
-¿Eso es todo? De acuerdo, supongamos que acepto y me
comprometo a no hablar de nada de lo que ocurra…- exceptuando aquellos casos en
los que no pueda controlarlo –¿Qué gano si supero las pruebas o si sólo supero
algunas?
-Si aceptas hacerlas, sabrás más de la biblioteca y de los
secretos que encierra. No hay un número fijo de pruebas, a medida que las
superes se te plantearán otras o no; y en caso de que no lo hagas se te dejará
marchar. Si superas todas, la biblioteca te pertenecerá y tú a ella. Cuidarás
de ella y la protegerás, y ella a ti. Y ahora sí que no se me permite decir
más.
Nath lo pensó detenidamente varios minutos.
-¿Es necesario que trabaje?
El anciano se rio con fuerza y se le cayó el libro del
regazo.
-No, no es necesario que lo hagas.- contestó cuando fue
capaz, recogiéndolo –Pero tampoco te vendría mal, ¿no crees?
Una vez posea la
biblioteca y pueda controlar lo que hay en ella veré qué hacer.- se dijo Nath para sí. –Además,
nunca antes he fracasado en lo que se me ha antojado. Serán pruebas
relacionadas con este montón de papel, no deberían resultarme difíciles.
-De acuerdo, acepto.
El hombre sacó un pergamino de su chaqueta y un bolígrafo con
forma de pluma. Se lo tendió al muchacho y se quedó parado mirándolo.
-Si estas decidido, firma ahí.
Nathaniel sujetó el bolígrafo y notó un suave cosquilleo.
Puso el pergamino en una mesa y firmó sin leerlo. Una vez posó la punta de la
pluma en el papel sintió cómo si alguien firmara por él y su nombre apareció
deslizándose por el blanco del pergamino. Al terminar sintió un suave latigazo
entre los dedos y el bolígrafo desapareció. Con una chispa y una llama el
pergamino se esfumó.
-¿Crees ahora?- el anciano sonrió y le hizo un gesto para que
lo siguiera.
El joven miró varias veces a derecha e izquierda pero lo
único que había allí eran butacas, estanterías y una chimenea con una
decoración barroca y figuras mitológicas en su repisa. No parecía haber trucos.
Absolutamente nada.
Bajaron por unas escaleras que había tras una trampilla y el
joven no pudo evitar pensar en una de las películas de su madre. En ella un
hombre guiaba a jovencitas a su casa y luego las asesinaba en un sótano al que
se accedía por una trampilla. Tú no eres
una jovencita, idiota- se dijo a sí mismo.
Abajo había una especie de vestíbulo rodeado por algunos
cuadros. Eran gente elegante y variopinta. Podría haber pensado que eran
familia de no haber sido por que todos eran una galería de razas, colores y
rasgos variados. ¿Por qué tiene estos
cuadros aquí abajo escondidos pudiendo decorar la casa con ello? Es un
desperdicio.–pensó.
-Los guardianes y guardianas que me preceden.– explicó el
anciano mirando los cuadros.
Continuó caminando hasta detenerse ante un muro cubierto por
enredaderas. Introdujo la mano entre las hojas y acarició levemente un tallo, y
de pronto las enredaderas comenzaron a reptar y ocultarse en los huecos de la
piedra, permitiendo la entrada a una estancia redonda.
-De modo que además de hacer magia también habla pársel.-
comentó Nath fingiendo interés -Esto se pone cada vez más interesante.
-No seas bobo, Nathaniel. Esto no es Hogwarts.- respondió
curvando los labios, lo que hizo pensar al joven que el anciano no podía dejar
de sonreír.
Entraron en una estancia redonda repleta de estanterías con
libros, todas de madera oscura, lisa y pulida. En el centro de la sala había
vitrinas con libros abiertos y encerrados. Ni
que tuvieran patas, rió el joven para sus adentros con cierta sorna. En
otras mesas de la misma altura que las vitrinas descansaban objetos que
parecían antiguos y algunos estaban corroídos, aunque estos últimos eran
escasos ya que el resto brillaban.
Siguió al hombre y se fijo en algo que no había visto al
entrar. Según avanzaban entre los atriles vio unas figuritas escuálidas,
grotescas y verdes revoloteando con libros en las manos o sin ellos de un lado
a otro. No tenían alas, pese a que se movían como si las tuviesen, quizás
invisibles. Y tenían unos largos bigotes blancos. A Nath le recordaron a los
duendes de los cuentos infantiles, pero mucho más feos. Tenían la cabeza
pequeña, con la mandíbula y el morro hacia delante y con ojos más grandes de lo
que cabría esperar en seres tan pequeños.
-Son los whiskers. Se encargan de cuidar a la Biblioteca.-
dijo el anciano.
-Querrás decir de ordenar la biblioteca.
-No. Quiero decir lo que he dicho.– el anciano se encogió los
hombros y observó al joven mientras miraba la biblioteca. -¿Asombrado?
-No.– respondió seco. -¿Qué quieres que me asombre? Sólo son
libros.
El anciano negó con la cabeza y chasqueó la lengua. Nathaniel
se sentó en un sofá que ocupaba el centro de la sala, entre dos reliquias. Dos
whiskers se acercaron al anciano y saludaron con un gesto de cabeza. Le hablaron
en un susurro que parecía un silbido alargado y el hombre asintió.
-Si me disculpas, tengo que encargarme de unos asuntos– se
dio la vuelta y andó unos pasos hasta añadir una última frase -. Ponte cómodo,
puede que tarde un rato largo.
-No hay mucho que ver, de aquí no voy a moverme– el joven
sonrió -. A no ser que pase una chica guapa o un billete volador– miró con
aburrimiento a su alrededor y prosiguió -, pero me temo que eso no va a
ocurrir.
-Ten cuidado, no vaya a ser que abras un libro y te muerda.–
el anciano sonrió con malicia y desapareció tras las criaturas.
El joven cogió el móvil y lo encendió. No ocurrió nada. La
pantalla estaba en negro. Probó varias veces y cansado lo metió en el bolsillo.
Poder… Serás el más
poderoso… Un susurro llegó
hasta sus oídos. Levantó la cabeza y miró a los lados. Aparte de las
criaturitas no había nadie más. Sólo libros y reliquias. Al alcance de tu mano… Dinero, poder, reconocimiendo y adoración… Todo…
al alcance de tu mano.
Al alcance de tu mano… Se miró las manos y después alrededor. A su derecha había
un atril y en él un guante de hierro con piedras preciosas y ramas que lo
rodeaban llenas de espinas. Poder… Un
brillo tenue rodeó al guante cuando llegó aquel breve eco a su mente.
Se acercó más y comprobó que ni siquiera lo rodeaba una
vitrina. Dinero… Alargó la mano sin
percatarse de las criaturas que habían detenido su trabajo y lo miraban
horrorizadas llevandose sus pequeñas manos a la cabeza. Emperador Silverjay… Aclamaciones, control… ¿no sería delicioso?
-Emperador Silverjay… -repitió el joven con una sonrisa
bobalicona.
Fue acercando las manos de forma lenta y sintiendo un calor
que palpitaba en la punta de sus dedos. Se detuvo. Miró el guantalete y cerró
el puño. Sonrió y se apartó de él. Se sentó y miró al frente, hacia las
estanterías.
Sólo tenía seguirle la corriente al anciano y una vez fuera
suyo todo aquello… Él sabía lo que haría. La voz continuó y a ella se añadió la
voz de otras reliquias que lo rodeaban. Cerró los ojos y se dijo que valía la
pena esperar.
El anciano volvió una hora y media después. Lo encontró
sentado en el sofá y dormido. Nathaniel se despertó cuando el anciano profirió
una sonora carcajada. No recordaba haberse dormido, sólo las voces y cerrar los
ojos.
-Eres el primero que se duerme. ¿No has oído nada?
-¿Oír qué?– alzó una ceja mientras se levantaba mientras su
mirada se desplazaba hacia el guante sin darse cuenta.
-Ya veo. Enhorabuena, has superado la primera prueba.– se
detuvó un momento y continuó -. Creo que esta vez serán tres… sí, tres.– añadió
casi de forma inaudible.
-¿Cómo?– preguntó.
-A la Biblioteca no le gustan los avariciosos, se le da bien
detectarlos. Ella los tienta, y ellos cogen y huyen, pero la Biblioteca no vive
sólo en estos túneles.– el hombre miró a la puerta de salida -Les proporciona
una vida eterna pero los encierra en sus garras.
El joven lo miró y luego al guante. Sonrió. Había acertado al
tener paciencia. Observó al anciano y este se dirigió hacia la puerta de
salida.
-Sus garras son como las telarañas, hermosas pero efectivas.
Los que logran salir de la Biblioteca caen como moscas.
-El jardín…- susurró el joven.
Tragó saliva y recordó el tiro de su chaqueta. Recordó las
voces y se alegró de no haber cogido nada. Quizás no era tan buena idea después
de todo.
-¿Ha escapado alguien?– inquirió mientras se sujetaba las
manos detrás de la espalda, que sudaban como endemoniadas.
-Hubo uno que lo consiguió una vez. Sólo uno. Pero fue hace
mucho y el guardián al cargo lleva milenios muerto. Desde entonces la
Biblioteca ha agudizado su ingenio para dejarlos cautivos en el jardin sin
permitirles encontrar la salida.– dijo y miró al joven.
-¿Y si el que escapa es un guardián?
-¿Tú que crees?
El anciano guardián le
acompañó de vuelta a la entrada de la biblioteca.
-Nos veremos mañana, creo que a la misma hora. No me
esperes.- se rio como si fuera un pequeño chiste y cerró la puerta dejando a
Nath en el jardín.
Cuando sus pies rozaron la hierba del jardín supo que era
real. Las voces, ahora con conocimiento de ellas, se habían vuelto más nítidas
y algunas agonizantes, recorriendo sus tímpanos sin compasión. Salió casi
corriendo y volvió al mundo real.
Lo primero que hizo fue acercarse a una tienda de móviles de
última generación. Luego volvió a envolverse en sus sedas y olvidó durante unas
horas la misteriosa Biblioteca.
***
Se despertó
bruscamente al sentir la luz en el rostro. Al abrir los ojos se descubrió de
pie acariciando la tapa verde oscura de un libro, junto a los sillones
aterciopelados de la biblioteca.
-¿Qué…?- exclamó,
antes de mirar a su alrededor. Su reloj de pulsera marcaba la misma hora que el
día anterior. -¿Qué hago aquí?
El anciano le
miraba con ojos expectantes a su lado.
-¿Has descansado
bien?- preguntó educadamente. Nath subió la barbilla y cerró los puños al darse
cuenta de que volvía a referirse a su persona de tú en vez de usted, pero no
dijo nada. –La biblioteca… insiste en traer de vuelta a quienes superan
exitosamente la primera prueba. Sígueme.
Detrás de usted, Alfred.- pensó Nath
permitiéndose esbozar una sonrisa.
Igual que el día
anterior, el anciano le llevó escaleras abajo, a la parte más profunda de la
biblioteca. Dejaron atrás las salas y pasillos repletos de libros para
adentrarse en los túneles.
Algunas de las
salidas de los túneles conducían a otros aparentemente iguales que el primero,
iluminados con una luz clara que parece brotar de las mismas paredes; otras a
salas de lectura repletas de libros, apilados en mesas de estudio o siendo
ordenados por esos pequeñas y grotescos whiskers; y en ocasiones a salas
cerradas por puertas de cristal, vacías o guardando reliquias mientras
acumulaban polvo.
El anciano se
detuvo ante una puerta de cristal, que se deslizó dejándole pasar. En el
interior había un whisker desplazando cinco tomos de una mesa a otra,
dispuestos en un pentágono. El anciano eligió uno al azar y la criatura,
subiéndoselo a los hombros lo llevó y lo abrió en un atril, dispuesto en el
extremo de la habitación.
-Gracias,
Albert.- le agradeció el anciano con una sonrisa. Cómo conseguía distinguir
unos de otros era todo un misterio. –He aquí tu segunda prueba- parecía querer
decirle algo más, pero se detuvo y le miró a los ojos – Buena suerte, esperaré
fuera. Llámame si no consigues nada.
Nath se quedó mirando
el libro abierto mientras la puerta se cerraba tras el anciano. ¿Si no conseguía nada?- sintió bullir la
ira en su interior –Sólo era un montón de
hojas con caracteres garabateados, no podía ser tan complicado, ¿o sí?
Se acercó al
libro y cogiendo aire comenzó a leer. El capítulo elegido trataba de la
historia de unos jóvenes con poderes sobrenaturales, lo que le sorprendió.
Juzgando las tapas del libro había creído adivinar la aburrida lección de
historia a la que iba a enfrentarse.
Continuó leyendo,
primero muy despacio e intentando comprender bien cada palabra, como si se
tratase de un libro de texto; pero después de leer cuatro veces la misma línea
dejó de intentarlo. Maldita sea.-
pensó y miró hacia la puerta. El anciano seguía observando todos sus
movimientos.
Comenzó de nuevo
el capítulo, que al principio le había parecido incluso sencillo, murmurando
para sí. Giró el reloj para no distraerse y siguió leyendo, y cuando alcanzaba una
palabra desconocida la encajaba en el contexto.
Ninguno de los
personajes parecía poseer poderes normales, como controlar el fuego, el aire o
el agua; sino diversos seres materiales o inmateriales, que el autor se afanaba
por relacionar con las almas.
Uno de ellos, un
chico de dieciocho, arisco y borde con el mundo, poseía las sombras de los
demás como si estas fueran un pedazo de sus almas y de sus recuerdos. Se lo
tomaba como si fuera el supervillano de un cómic y cada vez que descubría una
habilidad similar la nombraba – Dark
Shield, Blade Tide, Underclaw… - y con ellas tomaba a quien
quisiera y creaba una sociedad contra la justicia ideada por el hombre,
inconscientemente proclamándose dios. Con él surgieron otros de la luz y de la
oscuridad.
Por último, el
alma de un joven que perdió la vida en un horrible accidente invocó a los
insectos y arácnidos, que reconstruyeron su cuerpo. Ya no era uno, ahora era
cientos de organismos pequeños, y ellos eran él. Se llamaban Leonardo.
-Si pudieras
poseer el mismo don que uno de ellos, ¿cuál sería?- ronroneó una voz juguetona
en su oído.
Nath se giró
sobresaltado, pero no había nadie más en la sala.
-Estoy justo
delante de ti, bobo.- se rio el libro –Nací en la mente de un joven y sigo
siendo. Y ahora responde a mi pregunta.
Lo cierto es que
la idea de controlar a pequeños bichos a voluntad y ver a través de ellos,
además de reformar su cuerpo le parecía perfecta; y así lo dijo.
Leonardo.- confirmó la voz cantarina.
Durante unos
minutos no sintió nada, pero de pronto sintió que algo se deslizaba bajo su
piel. Era… una sensación muy desagradable, incomparable a lo que había pensado.
Abrió la boca
para rechistar, pero entonces volvió a sentir la sensación. No sólo en su
espalda, subiendo hacia la nuca. No sólo en el muslo, subiendo hacia la
entrepierna. Los pequeños bullían bajo el pelo, primero menos y cada vez con
más fuerza. Les notó palpitar bajo los mismos ojos, pequeños orzuelos aún sin
formar; les notó arrastrarse en el interior de su lengua. Eran vida y poseídos
por ella, correteaban.
Muerto de asco,
Nath se dejó caer al suelo.
¿Así es como un libro se venga de mi
avaricia?- se dijo a sí mismo mientras observaba cómo le palpitaba la piel
de los brazos. Algunos pelos se sumergieron dentro para volver
a salir y retorcerse solos
De pronto
palideció, preso de una sospecha. Cogiendo uno de los pelos nuevos entre dos
dedos, tiró con fuerza y… arrastró fuera de la piel una minúscula araña de
patas largas, que no dejaba de retorcerse. Chillando de terror, la lanzó al
otro extremo de la habitación.
¿Estoy relleno de insectos?- se preguntó
temblando mientras se estrechaba los brazos sobre el pecho. Los notó corretear
en su interior y negó con la cabeza. No,
es justo como describía la historia- tomando una bocanada consiguió
calmarse -, los insectos conforman mi
cuerpo, al que doy forma según recuerda mi alma.
-Aprendes rápido-
escuchó en su interior la voz cantarina, con tono jovial y divertido –para
alguien que no vive en su mente lo que lee. Pero el alma no tiene cuerpo ni
forma.
Nath se puso en
pie con lentitud. Las piernas aún le temblaban y las rodillas castañearon
cuando atravesó la habitación. Entre sus manos tomó a la pequeña araña que
había lanzado momentos antes, y tras acunarla la colocó en su mejilla, donde
pudiera verla. Cojeaba ligeramente.
-Perdóname, había
olvidado que somos Nathaniel
Silverjay. Vuelve.- se levantó el párpado y la pequeña se acurrucó en su cálido
interior.
Dándose la
vuelta, fijó sus ojos en los cansados y grises ojos del anciano, que seguía en
la puerta. Conque ni cuerpo ni forma,
neh?- pensó.
Los insectos del
interior del cuerpo se desplazaron hacia dos puntos sobre los omoplatos, y de
forma simétrica extendieron distintos filamentos hacia el suelo. A
continuación, las arañas se impulsaron de uno a otro, creando una pequeña
membrana que, con el continuo fluir de insectos se endureció.
Nath miró a su
izquierda. Allí estaba, justo por encima del hombro, tal y como la recordaba.
Ordenó a su cuerpo que la moviese, tal y como uno ordena a sus dedos que se
desplacen por un teclado, y así lo hizo. Era un ala perfecta.
Pero ellos antes no tenían alas, ¿no?-
se dijeron, y las alas se desprendieron solas, en mil seres que se introdujeron
de nuevo a través de su piel.
-Sí, perfecto.-
la voz daba saltitos de alegría –Todo es anatomía, basta con poder controlar
los organismos que componen tu cuerpo y alterar su forma. Y dado que ya has
aprendido a hacerlo…
Bruscamente se
hizo el silencio. Nath se observó las uñas, que ya no cedían; buscó los dientes
con la lengua, que ya no cambiaban de sitio; y sin poder evitarlo se rascó
hasta enrojecer todos los pedacitos de piel que podía alcanzar. Y añoró la
presencia de seres pensantes compartiendo su alma.
Cuando el anciano
abrió la puerta, sonreía más abiertamente.
-Enhorabuena, la
biblioteca me ha confirmado que has superado con éxito esta segunda prueba- A
Nath le brillaron los ojos, pero antes de poder contestar sin pensar, el
anciano le cortó -, pero tanto ese libro como yo queremos compartir algo
contigo.
-Incluso si
superas la tercera prueba y decides cuidar de este preciado tesoro, deberías
enfrentarte a los demonios que escapan de los libros, criaturas de corazón
helado y alma inexistente, ocultas en lo más profundo de la red de túneles. E
incluso si triunfas, siempre deberás enfrentarte a ti mismo, y quizás no te
guste lo que descubras al final de todo.
El anciano apartó
los ojos un breve instante, antes de volver a deslizarlos por su rostro. Esta
vez a Nath no le parecieron cansados, sino resignados.
-Has tenido
suerte eligiendo ese don. Si al azar hubiera elegido otro libro y el poder
hubiese sido controlar el aire, ¿dónde crees que yacerías ahora?