
El agua estaba quieta, en calma y el lago, que más parecía
mar por no poder verse donde finalizaba, no le tranquilizó ni un instante. De
día eran aguas en constante movimiento, incluso cuando no hacia ningún tipo de
brisa. Por la noche se quedaban sigilosas, calladas, expectantes por una presa
que errara en su camino. Ni de día ni de noche y ni siquiera en la madrugada o
el atardecer había alma que se atreviera a acercarse.
La cuestión era simple y una advertencia no escrita. Ni en
libros ni en leyendas que estuviesen al alcance de las criaturas moradoras de
los alrededores, sólo el recuerdo de los que nunca volvieron. Pero todos se
mantenían alejados, todos sabían que no debían acercarse. Las aguas eran de
color negro. No estaban sucias, de hecho eran limpias. La oscuridad las
envolvía como una neblina que bailaba por su superficie. No había reflejo
alguno, luz ni atisbo de ella.
El joven cayó en la arena y cerró los ojos. Las aguas comenzaron
a susurrarle a su corazón. Nosotras te protegeremos, baila con nosotras.
El joven se tapó los oídos y miró a su espalda. Nadie parecía perseguirle ya
pero se sentía vigilado.
Somos tus amigas. Ven,
ven a nuestra sombra. Las oía igual o incluso más claras que antes. Estaban
en su cabeza, comprendió al instante. Se destapó los oídos y sacudió el polvo
de su ropa. Los brazos le escocían pero prefirió no tocárselos. Estaban llenos
de cortes por el roce con los árboles. Cuanto más se había acercado al lago más
parecían los árboles querer detenerlo.
Baila, niño, ven a
nuestro vals. Un escalofrío recorrió su espalda y por un momento se creyó
observado. Miró hacia arriba y vió un cuervo dando vueltas por la zona. Le
miraba. ¡Márchate, pajarraco!¡Nuestro es
el muchacho! –sintió una ráfaga de viento proveniente de las aguas-. ¿Ves? Queremos protegerte. Ven. Nosotras te
arroparemos, nosotras te cantaremos el arrorró.
- - No. No. –susurro el joven.
No podía terminar aquello de esa forma, no podía ser un
cobarde. Debía correr, marcharse lejos y aprovechar que sus perseguidores no
pasarían de las inmediaciones. Comenzó a cantar una nana en su cabeza mientras
se levantaba y daba pasos rodeando las orillas del lago.
Las notas eran suaves e intentaba
elevar su susurro. Las palabras se arrastraban como cadenas y a su mente le
venía la imagen de su madre cantándoles a él y a su hermana. La oscuridad no le
asustaba tanto como la luz. Siempre había sido así, por eso no era la oscuridad
del lago lo que le aterraba, ni sus perseguidores, eran las voces, el sonido,
la sensación de que la luz no era para él. Pensó en su hermana y en la
inocencia que siempre irradiaba. La amaba con toda su alma y juró protegerla.
Ya era tarde. Muy tarde. Vio la decepción en el rostro del espejismo de su
madre y hubiera sido real. Se hubiera dejado llevar por aquel vívido recuerdo.
Lo hubiera hecho si su madre no estuviera muerta, si él no la hubiese tenido
que matar.
Ven. Niño triste. Nosotros seremos tu familia. Seremos tu hermana.
Seremos tu madre. Seremos oscuridad. Tenía que dejar de pensar. Arrastro
los pies, cada vez más pesados, y continuó su cansino caminar por la orilla.
Miraba hacia el bosque y evitaba caer su visión en las aguas. Eres hijo de la oscuridad. Ven a tu hogar,
Jay. Ven con nosotras, haznos compañía. Hace mucho que no nos hacen compañía,
¿sabes?
- - ¡Callaros! –el joven apretó los puños y continuó
caminando.
Un reflejo de luna hizo que
brillara una cadena que pendía de su cuello. El leve haz de luz que se dirigió
hacia el agua no se llegó a ver en ella. La cadena contenía un nombre. Jay
Hunt. Ni siquiera lo había pensado. Abrió los ojos e intento visualizar el
bosque como lo único que había allí.
Un nuevo escalofrío recorrió su
columna vertebral. Los pies le pesaban cada vez más. No había lágrimas que
acudiesen a sus ojos, quizás llorar lo hubiera despistado de las aguas. No
sentía miedo, sólo un vacío en el que no quería caer. Al menos, miranos, Jay. Mira tu reflejo, mira lo hermoso que sería
estar a nuestro lado. Acércate. ¿Quién más te quiere en este mundo?
Nadie. Nadie le quería en ese
mundo. No era su hogar ya, y era un fugitivo. Todos le creían un asesino y
nadie veía los demonios. Él sí. Por eso llevaba la oscuridad en su interior,
era él único que la veía en todo su esplendor. Ven. Vamos, niño insensato, haz una cosa bien. Nosotras te acogemos, te
recibimos, vemos tu don y tu sabes que no mentimos. Asómate y contesta nuestra
pregunta.
Negó con la cabeza y arrastro los
pies tanto como pudo hasta que las fuerzas le flaquearon y la verdad que
cargaba en sus hombros lo derroto. Se miró las manos a la luz de la luna y las
vió mas oscuras que el resto de su cuerpo. Por mucho que frotase contra sus
ropas allí seguía la sangre.
Su madre le habría perdonado o al
menos esa era su esperanza. Maldijo a los dioses y a las criaturas de los
bosques por dejar campar a los demonios a sus anchas, y aún más por haberle
dado el don de ver cómo manipulaban y se apropiaban de personas inocentes. Se odiaba
a si mismo por lo que habría tenido que hacer, se odiaba con todo el fuego que
todavía quedaba en su interior, el que todavía no se había llevado la oscuridad
que siempre le había acunado.
Intentaba serenarse pensando que
su madre había muerto en el momento en el que el demonio se había apropiado de
su cuerpo. Hubiera obedecido al demonio de ser sólo su madre. Sin embargo, hizo
lo que hizo por su deber con el pueblo. Su madre era no solo madre sino también
reina y cómo tal el demonio podría llevar la oscuridad hasta el más recóndito
atisbo de luz. Los adultos temblarían y los niños llorarían, la vida en la
oscuridad era dura y cruenta y él no iba a permitir que su pueblo sufriese. Por
eso, en el día de la primera luna nueva, la que traía consigo el inicio de los
festejos, había asesinado a la mujer que más quería. Le había arrebatado la
vida a aquella que se la había dado y por mucho que fuera el demonio quien la
habitara, era la imagen de su madre la que había quebrado. Y los guardias no
veían el demonio, sólo lo evidente.
Corrió por su vida y supo que un
día su hermana sería una gran reina. Se preguntó si un futuro sobrino habría de
hacer lo mismo qué él. Esperaba que jamás volvieran los demonios y que su don
se quedase en él y no traspasase generaciones. Nosotras te acogemos, nosotras te aceptamos, nosotras te damos el
perdón. Responde nuestra pregunta y danos la mano, acude a nuestro lado.
- - ¿Qué… qué pregunta? –tartamudeóel joven mientras
se dejaba caer de rodillas.
¿Quieres ser olvidado?
Claro que quería. Quería que su
hermana no lo recordase como el asesino de su madre, que no lo recordase tal
cómo lo había visto tras cruzarse con él en su huida. Ensangrentado y huyendo
como un vil perro. Quería que nadie recordara su nombre, ni que un día hubo un
príncipe que asesino a la reina Asaris III. Hasta él quería olvidarse de si
mismo.
Nosotras haremos que olvides, nosotras cantaremos tus hazañas y al
oírlas todo el mundo te olvidará. Será una bonita contradicción, ¿no crees?
Será divertido. Ven a nuestro lado, danza nuestra canción y se nuestro rey.
Acercate, hermoso muchacho. Bien vale dejar a quien no te quiere, pero
¿rechazarnos a nosotras? Nosotras te queremos.
El joven volvió la cabeza hacia
las aguas. Se acercó arrastrando sus rodillas por no querer levantarse y fue
asomando su cabeza a las oscuras aguas. Al principio su reflejo no apareció
pero pronto, junto a un cosquilleo, su imagen se hizo visible. Tenía el pelo
lleno de hojas y los ropajes desgarrados. La cara con manchas de sangre y los
ojos no tenían brillo alguno. Acercó las palmas a la superficie y las poso
sobre las aguas.
Estaban gélidas y suaves. Las
aguas comenzaron a envolverlo y lo atrajeron hacia sí. Cerró los ojos y se dejó
llevar inundado de una paz vacía, hueca y silenciosa. Todos le olvidarían.
Incluso él, estaba seguro. Trajo a su mente la imagen de su hermana y pidió a
los dioses que lo que por él no habían hecho lo hiciesen por la nueva reina.
Oscuridad era él y en la
oscuridad debía permanecer. Su cuerpo desapareció en las aguas y por un breve
instante su reflejo se mantuvo en ellas. Miraba fijamente la luna y las
estrellas. Luego desapareció y una canción comenzó a envolver el bosque,
después el camino y tras este, cada rincón del reino. La oscuridad volvió a las
aguas y nada volvió a reflejarse.
La canción cesó cuando hasta él
último ser olvidó a Jay. Y Jay fue destruido en toda su esencia, pues el olvido
es la destrucción del alma, y esta, en ningún momento, puede ser devuelta. Las
aguas lanzaron una risa y luego, con más oscuridad si cabe, esperaron pacientes
a su próxima víctima. Enviaron demonios y maldiciones, todas sutiles, todas
crueles.
Oscuridad eran y oscuridad
necesitaban, y la oscuridad había que forjarla.
Buenas tardes, María L.S.
ResponderEliminarLo cierto es que, como posiblemente ya sospecharás, acabo de entrar por primera vez en tu blog. Posé los ojos en la primer entrada, y el relato me mantuvo absorto hasta chocar con el borde del recuadro.
Es una obra de arte. Ha sostenido mi alma entre frías y oleosas manos durante la lectura, y ha hecho que me dé cuenta de los errores que cometo al escribir. Es magnífico, y la única sorpresa que me he encontrado - mayúscula, por supuesto - es la carencia de más comentarios que este mismo.
Un abrazo muy fuerte, no dejes de escribir,
Naif.
Hola!
ResponderEliminares increíble lo bien que escribes, no dejes de escribir porque se te da genial.
Te sigo, ¿Me sigues?
Besos.