#ProyectoParaDos La Biblioteca (Parte I) - María L.S. y Naif

1 de septiembre de 2015

Ya estamos en septiembre y con él llegan los relatos de Proyecto para dos de Reivindicando Blogger. Ha sido una experiencia maravillosa. Escribir a cuatro manos es divertido y se aprenden y corrigen detalles que habías pasado por alto muchas veces. Naif y yo os traemos un relato cuya idea brotó de las palabras que nos tocaron y que nos ha encantado escribir. Esperemos que os guste y que os guste tanto como nos ha gustado a nosotros descubrir una historia tan peculiar. Y por último quiero agradecer a Naif que haya sido tan paciente con los acentos que tanto me gusta saltarme y por haber escrito conmigo este relato. ¡Gracias!

Esta es la primera parte de la historia por lo que dejaré al final del relato el enlace a la segunda parte que se publicará en el blog Historias de Naif. Así que a leer se ha dicho ^^ 

La Biblioteca - Parte I

El espejo de cuerpo entero que cubría una de las paredes de su habitación le devolvió la imagen que más gustaba contemplar. Se pasó la mano por el pelo y sonrió. Luego se dio la vuelta y se miró en el que cubría la pared opuesta. Observó la parte de atrás de la chaqueta y tiró un poco de ella hacia abajo.
Dos golpes huecos hicieron que girase la cabeza hacia la puerta.
-¿Señorito Silverjay?– dijo una voz al otro lado.
-Pase.
El joven se acercó a la cómoda y cogió una tarjeta de crédito que metió en su cartera, guardándola en el bolsillo interior de la chaqueta. Al darse la vuelta se encontró con su mayordomo personal.
-¿Qué ocurre?– preguntó mientras se abrochaba la chaqueta.
-Ha llegado una carta para usted– el hombre le tendió un sobre blanco sin nada escrito en el exterior.
El joven la sujetó y con un movimiento de mano el mayordomo salió cerrando la puerta tras de sí. Abrió el sobre sin pensarlo y, movido por la curiosidad que le caracterizaba…
A Nathaniel Silverjay:
Soy un anciano al que le queda poco tiempo en este mundo. Es mi deseo dejarle a usted lo que he guardado durante toda mi vida, uno de los secretos más maravillosos y valiosos que le quedan a esta tierra. Preséntese en la dirección y hora que le adjunto en la tarjeta. Mucha suerte.
¿Mucha suerte? Ni que fuera de vida o muerte. El joven buscó la tarjeta y al leer la dirección comprobó que era una zona de la ciudad que no frecuentaba. Era la zona de empresas y negocios. Eso quería decir que ese anciano debía de ser rico o incluso mucho más. ¿Herencia misteriosa? ¿Deseo de un pobre anciano? ¿Toda una vida? Demasiado tentador como para no acercarse. No supondría un gran esfuerzo y no tendría que trabajar para conseguirlo. Sonrió y guardó la carta en la caja fuerte que su padre le había instalado en la habitación, cerca de la cabecera de su cama.
-Nathaniel, vuelves a estar de suerte.– se rio y se colocó las mangas de la chaqueta.
Se acercó de nuevo al espejo y volvió a contemplarse. Se pasó la mano por el pelo de nuevo y sacudió polvo inexistente de la chaqueta. Era atractivo y él lo sabía. Rostro triangular, blanco porcelana y ojos con un brillo infantil. Labios finos y nariz afilada.
-Hoy las chicas caerán rendidas.– se guiñó un ojo y desapareció por la puerta.

Volvió tarde. Las cortinas se abrieron cuando solo creía que había pasado un momento desde que se acostó. El mayordomo miró al joven desde uno de los laterales de la cama.
-¿Por qué me despiertas?– refunfuñó entre las sábanas con voz ronca.
-El señorito me dijo antes de marcharse que le despertase temprano.
-¿Te dije por qué?
-Algo sobre una herencia, señorito.– respondió el mayordomo de forma mecánica.
El joven se incorporó de la cama de golpe y recordó la carta sonriendo.
-Prepara un buen traje.– ordenó y el mayordomo se deslizó dentro del armario vestidor.
Nathaniel se acercó al espejo. Un escalofrío le recorrió la columna de arriba abajo. Estaba nervioso, más incluso que cuando su padre le compró el descapotable que se le había antojado o cuando su madre lo incluyó como protagonista de una de sus películas.
El mayordomo le dejó unos pantalones negros, una camisa blanca y una chaqueta negra encima de la cama. Luego desapareció. El joven se vistió y cogió las llaves del descapotable.

Las calles eran un hervidero de gente y coches y el joven llegó a impacientarse. Intentó buscar formas de atajar y se saltó algún semáforo. Apretaba el acelerador cuando veía ocasión.
Al llegar a la dirección indicada, Nath se sorprendió dos veces. La primera, porque en lugar de un majestuoso edificio en el que residiese el anciano se encontró con un jardín. La segunda, porque en la verja de la entrada una inscripción rezaba “Librería MIL MUNDOS”.
Uno de los secretos más maravilllosos– pensó Nath hirviéndole la sangre -. Debes de estar tomándome el pelo.
De repente se acordó de algo y tomando la tarjeta leyó para sí “… los secretos más maravillosos y valiosos…”. ¿Podría ser cierto? Poniéndose de puntillas podía llegar a ver una casa antigua en el medio. Solo había una manera de averiguarlo. Encogiéndose de hombros empujó la verja para entrar.
Avanzó unos pasos cuando escuchó pisadas detrás de él en el camino de grava. Al girarse, pese a que sabía que no había nadie, se fijó en que la verja se había cerrado, con el cerrojo corrido. Le pareció escuchar voces, pero se quitó la idea de la cabeza.
Empujó la puerta de madera oscura sin molestarse en llamar. Daba a un pasillo con estantes desordenados, con libros y pequeñas estatuillas, y al fondo había una puerta entornada. Las puertas laterales estaban cerradas, por lo que pasó de largo, entrando directamente.
Detro había un hombre sentado en una butaca, con un libro abierto sobre su regazo. Al verle entrar levantó la vista y cerró el libro.
-¿Es usted quien me ha escrito la nota? ¿Se refería a esto- gesticuló Nath con la mano -, a una librería?
El anciano le observó con sus ojos grises, cargados de paciencia.
-Por favor, siéntate.- señaló el sillón de color verde frente al suyo. Nath torció el gesto, pero lo hizo. –Bienvenido a la biblioteca Mil Mundos. Probablemente te estés preguntando por qué te elegí a ti. –sonrió-. Fuiste elegido al azar entre todos los jóvenes entre dieciséis y veinte años de la ciudad.
-¿Me está tomando el pelo?– el anciano lo miró fijamente -No debería tener acceso al censo de la ciudad.
-Razón no te falta. No debería, no, pero tampoco ha sido tan difícil.
Nathaniel lo miró. Resopló indignado. El anciano lo miró y se rió.
-¿Eres Nathaniel Silverjay?
-¿No es obvio?
-Es una simple formalidad. ¿Seguimos?
-Sí, soy Nath Silverjay.-le mostró el documento de identidad.
-Perfecto. Una pregunta que no viene a cuento, ¿crees en la magia?
-¿Cómo dice? ¿Me va a regalar una varita y decirme que soy el elegido?
-Yo mismo le increpé algo parecido a mi predecesor.- hizo una pausa y murmuró bajito –Entonces yo tampoco creía en lo que no podía ver y sentir.
Le miró fijamente y Nath sintió sus viejos ojos recorriendo su cuerpo.
-De acuerdo. Antes me preguntaste si la herencia consistía en esta biblioteca.- Nath le observó expectante –Sí, pero no sólo almacena libros, con un importante valor histórico e intelectual. Me gustaría contarte más, pero no me es posible por el momento. Antes de nada sería necesario someterte a una serie de pruebas para valorarte, y firmar una declaración en la que aceptas a no revelar nada de lo que se te muestre, de ninguna forma directa o indirecta, consciente o no.
-¿Eso es todo? De acuerdo, supongamos que acepto y me comprometo a no hablar de nada de lo que ocurra…- exceptuando aquellos casos en los que no pueda controlarlo –¿Qué gano si supero las pruebas o si sólo supero algunas?
-Si aceptas hacerlas, sabrás más de la biblioteca y de los secretos que encierra. No hay un número fijo de pruebas, a medida que las superes se te plantearán otras o no; y en caso de que no lo hagas se te dejará marchar. Si superas todas, la biblioteca te pertenecerá y tú a ella. Cuidarás de ella y la protegerás, y ella a ti. Y ahora sí que no se me permite decir más.
Nath lo pensó detenidamente varios minutos.
-¿Es necesario que trabaje?
El anciano se rio con fuerza y se le cayó el libro del regazo.
-No, no es necesario que lo hagas.- contestó cuando fue capaz, recogiéndolo –Pero tampoco te vendría mal, ¿no crees?
Una vez posea la biblioteca y pueda controlar lo que hay en ella veré qué hacer.- se dijo Nath para sí. –Además, nunca antes he fracasado en lo que se me ha antojado. Serán pruebas relacionadas con este montón de papel, no deberían resultarme difíciles.
-De acuerdo, acepto.
El hombre sacó un pergamino de su chaqueta y un bolígrafo con forma de pluma. Se lo tendió al muchacho y se quedó parado mirándolo.
-Si estas decidido, firma ahí.
Nathaniel sujetó el bolígrafo y notó un suave cosquilleo. Puso el pergamino en una mesa y firmó sin leerlo. Una vez posó la punta de la pluma en el papel sintió cómo si alguien firmara por él y su nombre apareció deslizándose por el blanco del pergamino. Al terminar sintió un suave latigazo entre los dedos y el bolígrafo desapareció. Con una chispa y una llama el pergamino se esfumó.
-¿Crees ahora?- el anciano sonrió y le hizo un gesto para que lo siguiera.
El joven miró varias veces a derecha e izquierda pero lo único que había allí eran butacas, estanterías y una chimenea con una decoración barroca y figuras mitológicas en su repisa. No parecía haber trucos. Absolutamente nada.

Bajaron por unas escaleras que había tras una trampilla y el joven no pudo evitar pensar en una de las películas de su madre. En ella un hombre guiaba a jovencitas a su casa y luego las asesinaba en un sótano al que se accedía por una trampilla. Tú no eres una jovencita, idiota- se dijo a sí mismo.
Abajo había una especie de vestíbulo rodeado por algunos cuadros. Eran gente elegante y variopinta. Podría haber pensado que eran familia de no haber sido por que todos eran una galería de razas, colores y rasgos variados. ¿Por qué tiene estos cuadros aquí abajo escondidos pudiendo decorar la casa con ello? Es un desperdicio.–pensó.
-Los guardianes y guardianas que me preceden.– explicó el anciano mirando los cuadros.
Continuó caminando hasta detenerse ante un muro cubierto por enredaderas. Introdujo la mano entre las hojas y acarició levemente un tallo, y de pronto las enredaderas comenzaron a reptar y ocultarse en los huecos de la piedra, permitiendo la entrada a una estancia redonda.
-De modo que además de hacer magia también habla pársel.- comentó Nath fingiendo interés -Esto se pone cada vez más interesante.
-No seas bobo, Nathaniel. Esto no es Hogwarts.- respondió curvando los labios, lo que hizo pensar al joven que el anciano no podía dejar de sonreír.
Entraron en una estancia redonda repleta de estanterías con libros, todas de madera oscura, lisa y pulida. En el centro de la sala había vitrinas con libros abiertos y encerrados. Ni que tuvieran patas, rió el joven para sus adentros con cierta sorna. En otras mesas de la misma altura que las vitrinas descansaban objetos que parecían antiguos y algunos estaban corroídos, aunque estos últimos eran escasos ya que el resto brillaban.
Siguió al hombre y se fijo en algo que no había visto al entrar. Según avanzaban entre los atriles vio unas figuritas escuálidas, grotescas y verdes revoloteando con libros en las manos o sin ellos de un lado a otro. No tenían alas, pese a que se movían como si las tuviesen, quizás invisibles. Y tenían unos largos bigotes blancos. A Nath le recordaron a los duendes de los cuentos infantiles, pero mucho más feos. Tenían la cabeza pequeña, con la mandíbula y el morro hacia delante y con ojos más grandes de lo que cabría esperar en seres tan pequeños.
-Son los whiskers. Se encargan de cuidar a la Biblioteca.- dijo el anciano.
-Querrás decir de ordenar la biblioteca.
-No. Quiero decir lo que he dicho.– el anciano se encogió los hombros y observó al joven mientras miraba la biblioteca. -¿Asombrado?
-No.– respondió seco. -¿Qué quieres que me asombre? Sólo son libros.
El anciano negó con la cabeza y chasqueó la lengua. Nathaniel se sentó en un sofá que ocupaba el centro de la sala, entre dos reliquias. Dos whiskers se acercaron al anciano y saludaron con un gesto de cabeza. Le hablaron en un susurro que parecía un silbido alargado y el hombre asintió.
-Si me disculpas, tengo que encargarme de unos asuntos– se dio la vuelta y andó unos pasos hasta añadir una última frase -. Ponte cómodo, puede que tarde un rato largo.
-No hay mucho que ver, de aquí no voy a moverme– el joven sonrió -. A no ser que pase una chica guapa o un billete volador– miró con aburrimiento a su alrededor y prosiguió -, pero me temo que eso no va a ocurrir.
-Ten cuidado, no vaya a ser que abras un libro y te muerda.– el anciano sonrió con malicia y desapareció tras las criaturas.
El joven cogió el móvil y lo encendió. No ocurrió nada. La pantalla estaba en negro. Probó varias veces y cansado lo metió en el bolsillo.
Poder… Serás el más poderoso… Un susurro llegó hasta sus oídos. Levantó la cabeza y miró a los lados. Aparte de las criaturitas no había nadie más. Sólo libros y reliquias. Al alcance de tu mano… Dinero, poder, reconocimiendo y adoración… Todo… al alcance de tu mano.
Al alcance de tu mano… Se miró las manos y después alrededor. A su derecha había un atril y en él un guante de hierro con piedras preciosas y ramas que lo rodeaban llenas de espinas. Poder… Un brillo tenue rodeó al guante cuando llegó aquel breve eco a su mente.
Se acercó más y comprobó que ni siquiera lo rodeaba una vitrina. Dinero… Alargó la mano sin percatarse de las criaturas que habían detenido su trabajo y lo miraban horrorizadas llevandose sus pequeñas manos a la cabeza. Emperador Silverjay… Aclamaciones, control… ¿no sería delicioso?
-Emperador Silverjay… -repitió el joven con una sonrisa bobalicona.
Fue acercando las manos de forma lenta y sintiendo un calor que palpitaba en la punta de sus dedos. Se detuvo. Miró el guantalete y cerró el puño. Sonrió y se apartó de él. Se sentó y miró al frente, hacia las estanterías.
Sólo tenía seguirle la corriente al anciano y una vez fuera suyo todo aquello… Él sabía lo que haría. La voz continuó y a ella se añadió la voz de otras reliquias que lo rodeaban. Cerró los ojos y se dijo que valía la pena esperar.
El anciano volvió una hora y media después. Lo encontró sentado en el sofá y dormido. Nathaniel se despertó cuando el anciano profirió una sonora carcajada. No recordaba haberse dormido, sólo las voces y cerrar los ojos.
-Eres el primero que se duerme. ¿No has oído nada?
-¿Oír qué?– alzó una ceja mientras se levantaba mientras su mirada se desplazaba hacia el guante sin darse cuenta.
-Ya veo. Enhorabuena, has superado la primera prueba.– se detuvó un momento y continuó -. Creo que esta vez serán tres… sí, tres.– añadió casi de forma inaudible.
-¿Cómo?– preguntó.
-A la Biblioteca no le gustan los avariciosos, se le da bien detectarlos. Ella los tienta, y ellos cogen y huyen, pero la Biblioteca no vive sólo en estos túneles.– el hombre miró a la puerta de salida -Les proporciona una vida eterna pero los encierra en sus garras.
El joven lo miró y luego al guante. Sonrió. Había acertado al tener paciencia. Observó al anciano y este se dirigió hacia la puerta de salida.
-Sus garras son como las telarañas, hermosas pero efectivas. Los que logran salir de la Biblioteca caen como moscas.
-El jardín…- susurró el joven.
Tragó saliva y recordó el tiro de su chaqueta. Recordó las voces y se alegró de no haber cogido nada. Quizás no era tan buena idea después de todo.
-¿Ha escapado alguien?– inquirió mientras se sujetaba las manos detrás de la espalda, que sudaban como endemoniadas.
-Hubo uno que lo consiguió una vez. Sólo uno. Pero fue hace mucho y el guardián al cargo lleva milenios muerto. Desde entonces la Biblioteca ha agudizado su ingenio para dejarlos cautivos en el jardin sin permitirles encontrar la salida.– dijo y miró al joven.
-¿Y si el que escapa es un guardián?
-¿Tú que crees?
 El anciano guardián le acompañó de vuelta a la entrada de la biblioteca.
-Nos veremos mañana, creo que a la misma hora. No me esperes.- se rio como si fuera un pequeño chiste y cerró la puerta dejando a Nath en el jardín.

Cuando sus pies rozaron la hierba del jardín supo que era real. Las voces, ahora con conocimiento de ellas, se habían vuelto más nítidas y algunas agonizantes, recorriendo sus tímpanos sin compasión. Salió casi corriendo y volvió al mundo real.
Lo primero que hizo fue acercarse a una tienda de móviles de última generación. Luego volvió a envolverse en sus sedas y olvidó durante unas horas la misteriosa Biblioteca.
***
Se despertó bruscamente al sentir la luz en el rostro. Al abrir los ojos se descubrió de pie acariciando la tapa verde oscura de un libro, junto a los sillones aterciopelados de la biblioteca.
-¿Qué…?- exclamó, antes de mirar a su alrededor. Su reloj de pulsera marcaba la misma hora que el día anterior. -¿Qué hago aquí?
El anciano le miraba con ojos expectantes a su lado.
-¿Has descansado bien?- preguntó educadamente. Nath subió la barbilla y cerró los puños al darse cuenta de que volvía a referirse a su persona de tú en vez de usted, pero no dijo nada. –La biblioteca… insiste en traer de vuelta a quienes superan exitosamente la primera prueba. Sígueme.
Detrás de usted, Alfred.- pensó Nath permitiéndose esbozar una sonrisa.
Igual que el día anterior, el anciano le llevó escaleras abajo, a la parte más profunda de la biblioteca. Dejaron atrás las salas y pasillos repletos de libros para adentrarse en los túneles.
Algunas de las salidas de los túneles conducían a otros aparentemente iguales que el primero, iluminados con una luz clara que parece brotar de las mismas paredes; otras a salas de lectura repletas de libros, apilados en mesas de estudio o siendo ordenados por esos pequeñas y grotescos whiskers; y en ocasiones a salas cerradas por puertas de cristal, vacías o guardando reliquias mientras acumulaban polvo.
El anciano se detuvo ante una puerta de cristal, que se deslizó dejándole pasar. En el interior había un whisker desplazando cinco tomos de una mesa a otra, dispuestos en un pentágono. El anciano eligió uno al azar y la criatura, subiéndoselo a los hombros lo llevó y lo abrió en un atril, dispuesto en el extremo de la habitación.
-Gracias, Albert.- le agradeció el anciano con una sonrisa. Cómo conseguía distinguir unos de otros era todo un misterio. –He aquí tu segunda prueba- parecía querer decirle algo más, pero se detuvo y le miró a los ojos – Buena suerte, esperaré fuera. Llámame si no consigues nada.
Nath se quedó mirando el libro abierto mientras la puerta se cerraba tras el anciano. ¿Si no conseguía nada?- sintió bullir la ira en su interior –Sólo era un montón de hojas con caracteres garabateados, no podía ser tan complicado, ¿o sí?
Se acercó al libro y cogiendo aire comenzó a leer. El capítulo elegido trataba de la historia de unos jóvenes con poderes sobrenaturales, lo que le sorprendió. Juzgando las tapas del libro había creído adivinar la aburrida lección de historia a la que iba a enfrentarse.
Continuó leyendo, primero muy despacio e intentando comprender bien cada palabra, como si se tratase de un libro de texto; pero después de leer cuatro veces la misma línea dejó de intentarlo. Maldita sea.- pensó y miró hacia la puerta. El anciano seguía observando todos sus movimientos.
Comenzó de nuevo el capítulo, que al principio le había parecido incluso sencillo, murmurando para sí. Giró el reloj para no distraerse y siguió leyendo, y cuando alcanzaba una palabra desconocida la encajaba en el contexto.
Ninguno de los personajes parecía poseer poderes normales, como controlar el fuego, el aire o el agua; sino diversos seres materiales o inmateriales, que el autor se afanaba por relacionar con las almas.
Uno de ellos, un chico de dieciocho, arisco y borde con el mundo, poseía las sombras de los demás como si estas fueran un pedazo de sus almas y de sus recuerdos. Se lo tomaba como si fuera el supervillano de un cómic y cada vez que descubría una habilidad similar la nombraba – Dark Shield, Blade Tide, Underclaw… - y con ellas tomaba a quien quisiera y creaba una sociedad contra la justicia ideada por el hombre, inconscientemente proclamándose dios. Con él surgieron otros de la luz y de la oscuridad.
Por último, el alma de un joven que perdió la vida en un horrible accidente invocó a los insectos y arácnidos, que reconstruyeron su cuerpo. Ya no era uno, ahora era cientos de organismos pequeños, y ellos eran él. Se llamaban Leonardo.
-Si pudieras poseer el mismo don que uno de ellos, ¿cuál sería?- ronroneó una voz juguetona en su oído.
Nath se giró sobresaltado, pero no había nadie más en la sala.
-Estoy justo delante de ti, bobo.- se rio el libro –Nací en la mente de un joven y sigo siendo. Y ahora responde a mi pregunta.
Lo cierto es que la idea de controlar a pequeños bichos a voluntad y ver a través de ellos, además de reformar su cuerpo le parecía perfecta; y así lo dijo.
Leonardo.- confirmó la voz cantarina.
Durante unos minutos no sintió nada, pero de pronto sintió que algo se deslizaba bajo su piel. Era… una sensación muy desagradable, incomparable a lo que había pensado.
Abrió la boca para rechistar, pero entonces volvió a sentir la sensación. No sólo en su espalda, subiendo hacia la nuca. No sólo en el muslo, subiendo hacia la entrepierna. Los pequeños bullían bajo el pelo, primero menos y cada vez con más fuerza. Les notó palpitar bajo los mismos ojos, pequeños orzuelos aún sin formar; les notó arrastrarse en el interior de su lengua. Eran vida y poseídos por ella, correteaban.
Muerto de asco, Nath se dejó caer al suelo.
¿Así es como un libro se venga de mi avaricia?- se dijo a sí mismo mientras observaba cómo le palpitaba la piel de los brazos. Algunos pelos se sumergieron dentro para volver a salir y retorcerse solos
De pronto palideció, preso de una sospecha. Cogiendo uno de los pelos nuevos entre dos dedos, tiró con fuerza y… arrastró fuera de la piel una minúscula araña de patas largas, que no dejaba de retorcerse. Chillando de terror, la lanzó al otro extremo de la habitación.
¿Estoy relleno de insectos?- se preguntó temblando mientras se estrechaba los brazos sobre el pecho. Los notó corretear en su interior y negó con la cabeza. No, es justo como describía la historia- tomando una bocanada consiguió calmarse -, los insectos conforman mi cuerpo, al que doy forma según recuerda mi alma.
-Aprendes rápido- escuchó en su interior la voz cantarina, con tono jovial y divertido –para alguien que no vive en su mente lo que lee. Pero el alma no tiene cuerpo ni forma.
Nath se puso en pie con lentitud. Las piernas aún le temblaban y las rodillas castañearon cuando atravesó la habitación. Entre sus manos tomó a la pequeña araña que había lanzado momentos antes, y tras acunarla la colocó en su mejilla, donde pudiera verla. Cojeaba ligeramente.
-Perdóname, había olvidado que somos Nathaniel Silverjay. Vuelve.- se levantó el párpado y la pequeña se acurrucó en su cálido interior.
Dándose la vuelta, fijó sus ojos en los cansados y grises ojos del anciano, que seguía en la puerta. Conque ni cuerpo ni forma, neh?- pensó.
Los insectos del interior del cuerpo se desplazaron hacia dos puntos sobre los omoplatos, y de forma simétrica extendieron distintos filamentos hacia el suelo. A continuación, las arañas se impulsaron de uno a otro, creando una pequeña membrana que, con el continuo fluir de insectos se endureció.
Nath miró a su izquierda. Allí estaba, justo por encima del hombro, tal y como la recordaba. Ordenó a su cuerpo que la moviese, tal y como uno ordena a sus dedos que se desplacen por un teclado, y así lo hizo. Era un ala perfecta.
Pero ellos antes no tenían alas, ¿no?- se dijeron, y las alas se desprendieron solas, en mil seres que se introdujeron de nuevo a través de su piel.
-Sí, perfecto.- la voz daba saltitos de alegría –Todo es anatomía, basta con poder controlar los organismos que componen tu cuerpo y alterar su forma. Y dado que ya has aprendido a hacerlo…
Bruscamente se hizo el silencio. Nath se observó las uñas, que ya no cedían; buscó los dientes con la lengua, que ya no cambiaban de sitio; y sin poder evitarlo se rascó hasta enrojecer todos los pedacitos de piel que podía alcanzar. Y añoró la presencia de seres pensantes compartiendo su alma.

Cuando el anciano abrió la puerta, sonreía más abiertamente.
-Enhorabuena, la biblioteca me ha confirmado que has superado con éxito esta segunda prueba- A Nath le brillaron los ojos, pero antes de poder contestar sin pensar, el anciano le cortó -, pero tanto ese libro como yo queremos compartir algo contigo.
-Incluso si superas la tercera prueba y decides cuidar de este preciado tesoro, deberías enfrentarte a los demonios que escapan de los libros, criaturas de corazón helado y alma inexistente, ocultas en lo más profundo de la red de túneles. E incluso si triunfas, siempre deberás enfrentarte a ti mismo, y quizás no te guste lo que descubras al final de todo.
El anciano apartó los ojos un breve instante, antes de volver a deslizarlos por su rostro. Esta vez a Nath no le parecieron cansados, sino resignados.
-Has tenido suerte eligiendo ese don. Si al azar hubiera elegido otro libro y el poder hubiese sido controlar el aire, ¿dónde crees que yacerías ahora?

11 comentarios:

  1. Ha ido intensificando la historia y lo dejáis en un gran punto. ¡Voy a leer ya mismo la segunda parte! Muy bueno hasta aquí.

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    1. ¡Gracias! Estoy segura de que te va a gustar :)
      Un fuerte abrazo,
      María

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  2. Por dónde empezar. La historia me parece muy buena, una idea genial y sobre todo me ha gustado el hecho de que el protagonista no sea el típico buenazo maravilloso que todo lo hace bien. Me declaro fan de Nath. Eso sí, creo que son dos partes demasiado largas y que la trama en sí implica demasiada longitud... En vuestro lugar habría acortado los acontecimientos y la extensión, pero bueno, eso ya depende de gustos. Me gusta ver que la fantasía sigue viva entre nosotros.

    Un frío beso,

    Emily

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    1. Es largo pero la historia nos pedía eso y acortar era dejar al lector sin información básicamente. Me alegro que te haya gustado ^^
      Un fuerte abrazo,
      María

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  3. ¡Vaya, qué interesante! La verdad es que sí, parece un poco largo, pero como dices tú: si es lo que te pide el cuerpo, ¡a darle caña!
    Me ha gustado bastante, tiene ciertos puntazos que dan mucha chispa al relato (lo de Hogwarts me ha matado, la verdad) y que lo hacen especial, único. Ahora, ¡a por el siguiente!
    Un beso,
    C.

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    1. Me alegro de que te haya gustado ^^ Intentamos acortar pero era prácticamente imposible jeje
      Un fuerte abrazo,
      María

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  4. ¡Uau! Tiene mucha intriga, y la parte de la descripción de los bichos está muy bien conseguida, de verdad. A mí todo el rollo arañas y esas cosas me da muchísimo repelús, y casi he podido notar alguna araña corriéndome por el omóplato. ¡Muchas gracias! Voy ya a por la parte de Arturo :)

    ¡Un beso!
    Paco M.

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    1. Con los bichos también lo pase yo mal al leerlo la primera vez, suerte que esa parte no la escribí yo sino Arturo. Me sacáis una sonrisa con vuestros comentarios :)
      Un fuerte abrazo,
      María

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  5. Un relato muy fantástico, de momento. Las pruebas me parecen muy originales hasta ahora, sobre todo la segunda. La descripción de los insectos bajo su piel y cómo los usa tras acostumbrarse a ellos ha sido estupenda (aunque he de reconocer que mi lado más frikazo me hace recordar a cierto personaje de Naruto xD).
    Quizá lo que más me descuadra es que Nathaniel se lo tome todo tan a la ligera xD Pero eno, si el chico es así, así es. Por algo le habréis puesto esa personalidad.
    Me está gustando bastante, a pesar de la longitud. Voy a continuar leyendo ^^
    ¡Un abrazo!

    PD: Por cierto, en la parte de los insectos, creo que antes de que saque la araña de bajo la piel, me ha parecido ver una pequeña sugerencia de narración que debisteis comentar entre vosotros. Quizás me equivoque, pero por si acaso yo lo aviso xD

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    1. Ala pues es verdad 😅Ahora lo corrijo jeje
      Me alegro que te haya gustado y que veas a Nath asi porque es como es.
      Gracias!
      Un fuerte abrazo,
      María

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  6. Espectacular. Me ha encantado la evolución del personaje de Nath, y la forma en que narraste la experiencia con los insectos me dejó embobada. Lo adoré. Te ha salido increíble, felicitaciones.
    ¡Un abrazo!

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