Inmortalidad de piedra

29 de julio de 2014

Los pasos del joven caminaban seguros y rítmicos por las cuevas. No corría pero su caminar parecía hacerlo volar. Daba la sensación de que no pesaba, de que era tan ligero como una pluma y es que, sin duda alguna, parecía haber recorrido aquellas cuevas más de una vez.

Vislumbro la luz de una linterna al fondo del túnel. Comenzó a correr y en pocos segundos llego al final de la cueva donde tres hombres y dos mujeres estaban cogiendo agua del cristalino lago cuyas aguas reposaban en aquellas grutas.

     ¡Deteneos! —gritó el joven.

Uno de los hombres se giró hacia él y lo apunto con la linterna. Los ojos del joven los miraban con la sabiduría de alguien muy viejo. El resto seguía agarrando los recipientes del agua.

     ¿Quién eres tu muchacho? —pregunto el mismo hombre que lo había enfocado. Llevaba una barba de varios días, marrón y enmarañada y unas marcadas ojeras en los ojos. Tendría alrededor de cuarenta años.
     Me llamo Rivan Leaves y no soy ningún muchacho. —miro las aguas y seguidamente a las cinco personas.
     Ya veo, un inmortal. Tú más que nadie no puedes negarnos beber de esta agua. —dijo el hombre.- Llevamos toda la vida tras estas legendarias aguas.
     No lo hagan, esto no es un don, es una maldición y les aseguro que daría cualquier cosa, cualquiera, con tal de volver atrás y no beberlas. —en los ojos de Rivan se vio un brillo de dolor.- ¿Quienes son ustedes?
     Soy Martin Smith y estos son mis hermanos. Silvia y Clara. —dijo señalando primero a la mujer más joven, una chica de veinte años de cabello rubio y ojos verdes y luego  a la otra, más bajita y treintañera de pelo  rubio en vez de moreno como Martin y los ojos eran azules al igual que sus dos hermanos, el segundo era pelirrojo y era el mayor de todos.- ¿Por qué deberíamos creerte aparte de que tú ya bebiste de esta aguas?
     No les voy a impedir que beban, cada uno hace lo que quiera con su vida. Pero quiero que escuchen lo que les tengo que decir. Quien advierte no es traidor según dice el dicho.

Martin lo miro y se acercó a él. Dejo la cantimplora en el suelo y se sentó. Sus hermanos hicieron lo mismo.

     No somos gente maleducada amigo. Beberemos esta agua pero sólo después de escuchar esta historia. Te prometo que no te interrumpiremos y nadie será inmortal hasta que tú la termines. —el hombre miro a Rivan y por primera vez creyó ver algo más tras el dolor de sus ojos, un agradecimiento sincero y triste. Por un momento un escalofrío recorrió su espalda.
     Bien. —respondió secamente el joven.
     Espero que sepa usted contar buenas historias. —dijo la joven Silvia.
     Y que no nos haga perder el tiempo ni que nos esté estafando con eso de que usted bebió de esta agua. —no fue un tono amenazante pero Sebastian quedó claro que no le pasaría una.

El hombre los miró, uno a uno, el dolor que mostraban sus ojos comenzó a encender su corazón.

     Recuerdo bien el día en el que encontramos esta fuente. Ella y yo, tras largos meses de búsqueda, jóvenes llenos de sueños y embebidos con el ansía de la aventura. Su nombre era Shinia, siempre habíamos estado juntos desde que me da el recuerdo. Los años de infancia son ya muy borrosos y sin embargo su rostro, tanto de niña como de joven sigue vivo en mi memoria. Es lo único que está a salvo. Este es una de las maldades de la inmortalidad. Los recuerdos van diluyéndose cómo letras que se borran en un libro.

>> Nuestras familias tenían raíces muy antiguas, no dudaría ni un momento en afirmar que siempre supieron sobre la existencia de esta aguas y tampoco dudo de que nunca sintieron tentación de vivir eternamente porque sabían de su doble cara.

Shinia y yo estábamos jugando en casa de mis abuelos cuando logramos entrar en la gran biblioteca de la mansión. Era un lugar prohibido para niños de diez años como nosotros. Más eso no impidió que lográramos entrar. Nunca comprenderé porque los libros más peligrosos están expuestos en un atril. Así estaba el libro que conduce a esta fuente natural, un libro único del que sólo existen tres ejemplares, dos de ellos los tenían nuestras familias y el tercero imagino que ustedes sabrán donde se encuentra.  Todos los días entrabamos a escondidas y leíamos el libro a la luz de unas cerillas. Esto sucedió en un tiempo en el que no había luz eléctrica, el mundo era todavía joven respecto a los humanos. De hecho en el lugar en el que vivía solo Shinia iba en contra de las reglas impuestas a las mujeres. Por eso yo era su único amigo. Nuestras familias, quizás porque eran conscientes de lo corta que es la vida y de que no se debe alargarla, eran más abiertas y menos recatadas. Éramos dos niños solitarios. Aun así según crecíamos las reglas se nos pegaban y fuimos estando distanciados. Hasta el día en que nos presentaron a la sociedad. Nos vimos de nuevo y nuestras familias acordaron que debíamos casarnos. Ya por entonces la quería y nunca estaré seguro de sí ella me correspondía. Pero la gran amistad nunca desapareció por eso recordamos el libro, nos lo sabíamos de memoria y nos decidimos a viajar a vista de nuestros padres y en realidad nos adentramos en las montañas de esta zona, sabiendo que la fuente estaba por aquí. Tardamos varios meses en llegar a estas cordilleras, tras viajar por tierra y mar. Pero al final, a mediados del siglo XIX, y yendo en contra de imposibles terminamos andando montaña tras montaña y cada vez con más hambre y sed. Sin embargo seguíamos con la fe de encontrar la montaña. Mis motivos, ser inmortal y tener junto a mí a la persona que más amaba, viajar juntos, ver a la humanidad evolucionar con nuestros propios ojos y muchas otras cosas. ¿Los suyos? Quizás nunca los hubiera sabido.

El día en que llegamos a estas cuevas, la luz sobrenatural del agua eterna nos guio, quizá fue alucinación o quizá que siempre estuvimos destinados a beber de ellas y ser inmortales. Son cosas que ni siquiera viviendo eternamente se llegaran a comprender. Hoy recuerdo ese día como el día en el que morí.

Bebimos emocionados, sin saber a ciencia cierta si seríamos inmortales. A partir de ese día no sentimos hambre ni sed, ni fatiga ni frío, ni calor. Sólo sentíamos las emociones, seguía amándola y ella me miraba siempre igual que yo a ella. Y a pesar de que pasaban los años y no envejecíamos, jamás abrió su corazón.

Un año antes de que cumpliésemos los cien años las cosas comenzaron a ir mal. Yo estaba perfecto, el agua me había vuelto inmortal. Pero ella, a veces volvía a sentir frío. Nunca sintió calor. Otras veces su estómago rugía de hambre y sin embargo ella no la sentía. Cada vez hablaba menos. La revolución industrial había acelerado el transporte y me la traje a las cuevas. Aunque sólo habíamos estado una vez el agua que corría por mis venas me guió de nuevo a esta gruta. Ella siempre venía conmigo. No se detenía. Pero sus ojos cada vez estaban más vacíos y ya no brillaban. Al décimo mes, cuando ya estábamos a mitad de camino en las montañas me percaté de que su piel se estaba volviendo grisácea, del color de las piedras que acunan esta fuente. Cuando estábamos llegando, en los últimos días, se cayó al suelo, ni siquiera gritó, no pareció dolerle. Tarde cinco minutos en darme cuenta de que no me seguía. Volví y al verla en el suelo intente levantarla. Sus tobillos estaban rígidos al igual que sus pies y sus rodillas.

Me asusté como cuando era niño y me daba terror la oscuridad. La cogí en brazos y pesaba, pesaba más que lo normal, o eso me parecía a mí. Caminé hasta aquí. Era el día en el que ella cumplía cien años, yo ya los había cumplido seis meses atrás. La mantuve apoyada contra la pared y llené la cantimplora de agua. Volví a sujetarla y le di de beber el agua. Se mantuvo sola en pie sin que yo la sujetara más no era una buena noticia. Se mantenía en pie porque sus piernas y parte de su torso eran ya de piedra. Comencé a darle otro trago de agua y se transformó en piedra hasta el cuello. Entonces la mire a los ojos. Hacia unos meses que ya no hablaba y su estómago se había callado, comprendí que no rugía de hambre, sino de vacío, del vacío de una roca. Sin embargo en sus ojos volvía a haber, por un breve instante, el brillo que tenía cuando éramos niños y jugábamos. Me fije más y vi una súplica en sus ojos.

El agua aceleraba su transformación, era imposible detenerla pero si la terminaba antes ella dejaría de sufrir en silencio. No era muda por propia voluntad, las piedras no hablan y ella se había ido transformando ante mis ojos cegados en una. Cuando la miré transformada por completo lloré como cuando era un crío, intenté matarme con un cuchillo pero lo único que logre es una cicatriz que sigo teniendo. Cogí la estatua, con cuidado, y tarde en moverla muchas horas pero al final la dejé a la entrada de las cuevas. La dejé con la esperanza de alertar a imprudentes viajeros que buscasen estas aguas.

Volví a nuestro hogar y mis hermanos, ya ancianos y rodeados de nietos me preguntaron, sin sorpresa, porque había elegido aquel camino. No hizo falta que respondiera pues la hermana pequeña de Shinia que se encontraba con ellos, pues se había casado con mi hermano mayor, me miró con el interrogante de donde estaba su hermana y al bajar la cabeza sin atreverme a mirarla porque sus ancianos ojos brillaban igual que los de mi amada ella comenzó a sollozar.

Mi hermano mayor, James, me condujo a la gran biblioteca, me conto que nuestros padres le contaron el secreto del libro cuando el más pequeño de nosotros cumplió los dieciocho, un año más tarde de nuestra partida. Me pregunto si Shinia se había transformado en piedra, en una piedra idéntica a la que retenía el agua eterna. Cuando asentí me dijo que existía una página que poseía el libro de la familia de Shinia en la que se advertía de la maldición de las aguas. Nuestros padres les habían dicho que no todo el mundo es apto para la inmortalidad, que no se puede saber y que no hay forma de volver atrás. Ser inmortal era una maldición, pues muy pocos de los que bebían del agua serían inmortales pues el propio líquido se defendía de las manos humanas. Muy pocos lo toleraban y muchos terminaban convertidos en piedra. Más del noventa por ciento de todos los que se habían atrevido a beber de sus aguas en caso de haberlas encontrado, muchos por accidente y otros tantos por codicia.

Aquellos días hicieron un funeral simbólico a Shinia y el último día que estuve al lado de mis ancianos hermanos fue ese día. Yo ya no tenía sentido allí, no podía encariñarme de nuevo con nadie. Era mejor estar sólo y sufrir solo.

Tras un siglo vagando por el mundo me vine a vivir aquí. Me construí una casa cerca de aquí con el fin de disuadir a aquellos que se acercasen. Así pues vosotros decidís si jugar con el azar, la naturaleza, el destino o quién sabe qué. Mis hermanos me dijeron que el tiempo en convertirse en piedra depende de la persona y que si Shinia había tardado un año es que había luchado con todas sus fuerzas.

Los tres hombres estaban callados. Mudos y en su semblante se detonaba pesar, tristeza y compasión. Las dos mujeres se levantaron, silenciosas y sin decir una palabra y devolvieron el agua a la fuente.

     No seremos nosotras las que tienten a la naturaleza. —dijeron con firmeza y abrazaron al joven sin previo aviso.- Ojalá pudiésemos hacer algo, somos científicas pero ahora nos sentimos tan inútiles cómo un abogado en un quirófano.
     Tienes coraje, chico. —dijo Martin. Se levantó también y tiró el agua.- Vente con nosotros. Serías un buen científico, por si no te has dado cuenta aquí todos los hermanos lo somos. El conocimiento no se perdería nunca si estuvieses en el mundo de la ciencia y podrías vivir de ello, entretenerte e incluso divertirte.

Rivan se quedó ensimismado mientras los otros hombres tiraban el agua. Las mujeres volvían a sentarse y ellos se apoyaban en una pared.

     Martin. —pronunció de repente y con tono grave el joven.
     ¿Qué? —pregunto el hombre frunciendo el ceño.
     Si cogemos esta agua y piedras de alrededor para estudiarlas ¿ustedes me enseñaran esa ciencia de la que tanto dicen saber?
     ¿Para qué en concreto? —pregunto la mujer más joven.
     Me gustaría estudiarlas junto a ustedes, sería beneficioso para ambos, incluso dejare que tomen muestras de mi sangre. No se confundan, no quiero que el mundo sea inmortal pero las propiedades de esta agua quizás tengan poder para curar enfermedades que todavía no tienen cura y quizás separar de ellas eso que hace a la gente inmortal o que la convierte en piedra.
     Eres inteligente, chico, vinimos para ser inmortales sí, de eso no hay duda, pero nuestras hermanas que son mejores en la ciencia biológica y todo lo relacionado con medicina querían estudiar la fuente. —explicó John, quien era la primera vez que hablaba.- estaremos más que encantados de enseñarte pero hay algo que me gustaría saber… ¿en que te beneficiaría a ti?
     Quizás pueda revertir el efecto de la transformación. —en los ojos de Rivan habían un brillo de esperanza, un brillo juvenil, más de lo que realmente era.
     No te crees falsas esperanzas, amigo. ¿Quién te dice que ella no está muerta dentro de ese cascarón de piedra? ¿Quién te dice si te reconocerá o si no habrá acaso olvidado todo su pasado? ¿Y si te recuerda pero jamás te amó, sólo fue la gran amistad que os unía? —Martin le puso la mano en el hombro y lo condujo hacia la salida mientras sus hermanos tomaban las muestras—. Te ayudaremos, que de eso no te quepa ninguna duda. Si eso es lo que te hace seguir adelante aférrate a él pero si lo tienes que dejar marchar no intentes retenerlo.
     Shinia era el motivo de mi inmortalidad y ahora es… parte de la cueva, es su estatua. —calló y siguió caminando hacia la salida.

Martin lo siguió hasta que los rayos del sol les bañaron por completo. Martin tenía un ligero bronceado pero la piel oscura y bronceada de Rivan contrastaba visiblemente.

Rivan se giró y Martin contemplo la estatua de una mujer alta, delgada y con ropas harapientas y descoloridas que estaban sobre la piedra. La piel, su cuerpo, eran de piedra, de una piedra lisa y brillante. Sus ojos, abiertos, no tenían iris, pupila ni nada, eran grises y vacíos, eran como dos piedras incrustadas. El pelo descansaba en una trenza sobre su hombro derecho y el detalle de cada hebra de pelo hacía que un escalofrío recorriera la espalda de Martin.

Al entrar la habían visto pero no se habían siquiera parado a observarla, creían que sería una estatua guardiana como las de otras culturas. Sin embargo, en aquel momento sabía que dentro había un corazón enjaulado, sí una inmortal, pero en una piedra pues las piedras son eternas.

     ¿Cómo es posible que durante tanto tiempo al aire libre no se haya erosionado ni un poco? —pregunto sin dejar de mirarla el hombre.
     Supongo que es porque esa piedra pueda contener propiedades del agua que impiden cualquier manipulación de la propia naturaleza.

Rivan no lo miraba. Parecía mirar más allá de la piedra que recubría a la joven. Alzó la mano de una manera casi inconsciente y recorrió su mejilla con las yemas de los dedos. Era fría y suave, era como si fuera real pero estuviese muerta. Eso le inquietaba.

Los cuatro hermanos salieron de la cueva varios minutos más tarde y se fijaron silenciosamente en la estatua. Martin se acercó a ellos y miraron al muchacho.

     Es muy bella. Cuando regrese estoy segura de que habrá encontrado un tesoro teniéndote a su lado, tantos años para hacer lo que quieras y sin embargo no la has abandonado. —Clara le sonreía con amabilidad.- Sin duda el mundo necesita a personas como tú.
     Es hora de marchar —dijo como respuesta Rivan. Le dio un beso en la frente a la estatua y se dio la vuelta.- Siempre tendré esperanza, es lo único bueno que no he perdido y nunca perderé.

Los seis se marcharon y caminaron por las montañas. Los mortales sabían que su tiempo era escaso y debían aprovecharlo, lo habían visto con sus propios ojos, ni todo el tiempo del mundo eliminaba el dolor, lo habían visto en aquel joven que en realidad era muy viejo, en sus ojos y debían ayudarle pues aunque no se había transformado en estatua estaba vacíandose y parecía un fantasma errante.

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