La sangre de una Svallian. Neminis Terra.

7 de octubre de 2014

Y aquí vengo yo hoy a dejaros el relato del proyecto Neminis Terra. Entrad a la web del proyecto, donde se harán más cosas de estas, y leed los relatos que hay ya publicados. No os arrepentiréis. Espero el mío os guste y ya sabéis cualquier sugerencia para que mejore es bienvenida. Y por último quiero agradecer a los administradores, que tantas han aguantado, esta oportunidad y el magnífico proyecto. Y ya dejo de irme por las ramas.


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REIVINDICANDO BLOGGER: NEMINIS TERRA
 
 La sangre de una Svallian


No podía imaginar la jugada qué me deparaba el destino, ni tampoco el precio que iba a pagar por ser una Jinai Mensei. Aun sabiéndolo creo que huir no hubiera sido lo primero que se hubiera pasado por mi cabeza. Los Svallian no huyen y yo pertenezco a ellos. 

Mi nombre es Heline Svallian, pertenezco a la línea de sangre de los Svallian, familia noble y poderosa cuyo lema es ‘El Deber de la sangre, la sed de Justicia’. En la familia todos somos guerreros, bueno, la mayoría, siempre tiene que haber alguien en política. Yo no era una simple guerrera. Era un Jinai Mensei, también denominada Jinete Mensajera. Y la historia que viene a continuación es la historia de cómo morí, de cómo me perdí en la bruma de los olvidados y cómo por mi culpa habría de desencadenarse la guerra en las tierras de Raisinia.

♦♦♦

Todo empezó en los pasillos del castillo del Conde Garting, al suroeste de nuestro continente. Caminaba al ritmo del sirviente que me guiaba y esperaba cada vez que él me lo indicaba. Era un hombre de pelo canoso y parecía andar cansado. Hablaba pausado y sin embargo algo en él me decía que aquel trabajo era urgente para su señor.

Cuando llegamos a la última puerta del castillo, la que daba al gran salón no me detuvo. Me abrió la puerta y entré. A mis espaldas la puerta volvió a cerrarse sin apenas ruido. Miré al frente y vi a un hombre alto y delgado. No debía llegar a los sesenta años y sin embargo tenía la mirada de un anciano. Y sé cómo es la mirada de un anciano por qué mi abuelo, años antes de morir nos miraba así. 

    ¿Eres tú la Jinai que han enviado de la Fortaleza? —pregunto el conde.
    Sí. ¿No es evidente? —dije procurando que no pareciera una broma.
    Nunca se sabe, nunca se sabe. —se acercó a una mesa que había al fondo de la sala y cogió un sobre.- Permite a este viejo saco de huesos dudar hasta de su sombra.
    Nadie osaría suplantar a uno de los nuestros. —dije sin poder contenerme.
    Eso espero. —se acercó y me tendió un sobre.
    ¿Destino? —pregunte con la rapidez habitual.
    El gran emperador, Kharthol. En su palacio de la capital Dertel. Raisinia. —aquel hombre sabía perfectamente el orden preferente de las indicaciones para los Jinetes. Debía haber contado con nuestros servicios en más de una ocasión.
    ¿Urgencia? —continué siguiendo el protocolo de los Mensajeros.
    Grave, muy grave. Debes llegar lo más pronto posible y nadie debe arrebatarte tu mensaje. —la voz de Garting se endureció y se volvió más ronca.- De ti depende el destino de estas tierras.
    Cumpliré mi deber, señor. —abrí el mensaje.

Lo aprendí de memoria. Mi mente trabaja deprisa y con eficacia. Tal y cómo había aprendido en la Fortaleza Jinai. Me acerqué a una de las antorchas que iluminaban la estancia y deje que el papel ardiera. A mis fosas nasales llegó el leve olor a papel quemado que me era familiar. El protocolo era claro, las urgencias normales podían transportarse en papel, las leves, en papel especial de doble capa, es decir, escondidas en un mapa, en una hoja de libro, etc. Las intermedias debían quemarse si así opinaba el cliente, si no se procedería a esconderlas en un objeto cotidiano durante el transporte. Pero en aquel caso, la urgencia era grave. El papel debía ser quemado. Y la información memorizada a la perfección por el Jinete, daba igual lo larga que fuera. En los casos anteriores la memorización perfecta no era tan importante.

Saqué del bolsillo el pin que utilizábamos los Jinai Mensei y se lo entregué al Conde. Él asintió y me otorgó una triste sonrisa de ánimo. Salí corriendo sin pararme a despedirme. Sabía lo que el Conde Garting haría con el pin. Se lo daría a uno de los secretarios de los Jinai Mensei. Esté lo llevaría a la Fortaleza y sabrían que yo estaba en medio de una misión de grave urgencia. Si no hubiera sido así Garting tendría que haber firmado en un papel que el secretario le llevaría unas horas después de que yo me hubiera marchado. Se podría afirmar que siempre había un secretario para cada Jinete y que eran cómo nuestra sombra.

♦♦♦

Sentía el viento en la cara y mi melena rubia ondeando cual bandera al viento. Si algo me gustaba de ser mensajera era sentir la velocidad y pensar en el trabajo cómo una carrera contra el tiempo.

En aquellos instantes mientras guiaba a mi yegua de color caoba por los caminos en dirección a la Cordillera Aguja, tenía la sensación de que no estaba sola, de que algo iba a suceder. Pensé que eran paranoias mías, iguales a las que tuve en mis primeros trabajos, idénticas al sentimiento de peligro que acarree en mi primer viaje de urgencia grave.

Aun creyendo que sólo eran imaginaciones notaba los músculos tensos. Me repetía a mí misma que me tranquilizara. Cuando llegara a la Cordillera Aguja todo pasaría. Sólo los locos y los Jinai Mensei entran en ella, y sólo los de nuestra orden logramos salir, de hecho sabemos salir. Era el camino más rápido para llegar a la capital, al Norte de Raisinia. Calculé mentalmente que si comía mientras cabalgaba llegaría en menos de dos días. Por suerte los caballos que usamos los Jinai son fuertes, resistentes y veloces. Nacidos y criados cómo nosotros, para el trabajo de la mensajería.  

♦♦♦

Ante mí se alzaban las afiladas montañas cuya forma y cuyo interior daba nombre a la cordillera. Montañas que terminaba en afiladas puntas y cuyo aspecto era elegante, helado y esquelético. En el interior, a través del paso abierto a duras penas por el hombre se alternaban los precipicios. Algunos eran demasiado bajos cómo para matarte si caías. Claro que eso sí el suelo hubiera sido liso y no lleno de rocas en forma de puntiagudos pinchos. Por eso en todos, al mínimo error tuyo o de tu montura, podías sufrir una cruel muerte. En aquellas montañas, en aquel paso, podía aguardarte la negra dama con su guadaña bien afilada. 

Habían sido muchas las ocasiones en las que la había cruzado. Recuerdo el terror que sentí el primer día. Me aterraba la idea de morir allí. Pero aquella era la primera vez que tenía verdadera prisa, la primera vez que tenía que correr tanto como para volar al son del viento. Y hacer eso en un lugar plagado de trampas y de un suelo traidor era algo casi imposible.

Me arme de fuerzas sin detenerme y sentí cómo mi montura se tensaba. Mi fiel yegua, Madier, también sabía lo que teníamos que hacer. 

    Somos Svallian, podemos hacerlo amiga mía. —le susurré mientras cabalgábamos aprisa. 

Aquella yegua llevaba conmigo desde que me nombraron oficialmente parte del cuerpo Jinai. Desde entonces la había considerado mi amiga y parte de mi familia aunque por aquel noble animal no corriera la sangre de mi casta.

Por desgracia todavía no me había dado cuenta y habría de pagar mi torpeza. Alguien seguía mis pasos.

♦♦♦

Las rocas que me rodeaban no eran suficientes para oscurecer el lugar. Los vagos rayos de los dos soles entraban por las grietas y los recovecos que las afiladas formaciones les dejaban. Iba al galope, todavía había espacio y no habían comenzado los precipicios y pasarelas. 

Pasé así media hora sin más ruido que el de mi corazón palpitante y mi rápida respiración unida al rítmico golpeteo de los cascos de Madier contra el negro, duro e irregular suelo.

En cuanto distinguí los dos primeros precipicios fui deteniendo a mi montura. Entre ellos una pasarela permitía continuar el camino. Era lo bastante ancha para una montura e incluso, con mucho cuidado en algún momento, para caminar a su lado. Los primeros precipicios no tenían más de tres metros de altura, los siguientes iban alternando al azar la profundidad. Unos más y otros, incluso menos que aquellos. Pero todos igual de mortíferos, todos parecían llamar hacia ellos a quien se atrevía a cruzarlos y sortearlos. Era como si la tierra de Raisinia quisiese defenderse del hombre y aquella fuese su arma más letal. Parecía que la naturaleza guerreaba contra el paso que siglos atrás habían osado abrir los esclavos de los reyes de antaño. Parecerá que me repito pero los detalles son importantes. Yo no les presté atención hasta que no oí el grito. 

No era un grito de auxilio, era un grito de captura, una orden dada por una voz grave, potente y con un tono furioso. Me pilló a la mitad de los primeros precipicios. Agucé el oído luchando contra mi propia sorpresa. Intenté aumentar la velocidad sin arriesgarme a caerme. Sabía que iban a por mí. En aquel lugar era la única opción. Por eso habían dejado de mostrarse silenciosos, por eso me habían permitido saber que me perseguían. Era el grito de un cazador que tiene acorralada a su presa. Por qué sabían, sin que me cupiese duda, que estaba allí. Aun así, pensé en aquellos momentos que tenía una oportunidad. Seguramente no conocieran aquellas montañas, bien podían haberse adentrado sin conocerlas por un puñado de monedas de quien quisiese el mensaje que transportaba en mi mente. 

Me aferré a esa posibilidad, a esa oportunidad de escapar. Mi subconsciente se culpaba por ser tan idiota y despistada, por no darse cuenta de que la seguían aunque no supiera exactamente desde cuándo. Mi consciencia estaba más preocupada de no caer y de no ser alcanzada. Sabía que si me daba la vuelta los vería, vería a unos aterradores mercenarios, era aquella la mayor probabilidad, perseguirme con sus caballos. Mi esperanza de escapar se basaba en la teoría de que, si eran mercenarios, sus caballos serían resistentes pero no veloces y mucho menos ágiles. 

    Juro ser muda cómo un muerto y rápida cómo un rayo, libre como el viento y salvaje cómo un caballo. — susurré aquellas palabras, aquella parte del juramento de los Jinai Mensei. 

Las voces se acercaban. Demasiado rápido. Y entonces los vi. Detuve de golpe a Madier. Allá, al fondo de la segunda pasarela, cuatro hombres caminaban en mi dirección. Miré atrás. Cinco hombres se acercaban hacia mí. Me baje de mi yegua y la espanté. Con cuidado y tras varios intentos rápidos salió corriendo en dirección contraria a la que íbamos. Sabía que la dejarían pasar. Los Jinai jamás se desprenden de su mensaje y merecía la pena correr el riesgo de que conociesen al cuerpo de mensajeros lo suficiente para saberlo. 

‘Por lo menos Madier se salvará’, pensé. Cuando estuvieron a los extremos de la primera pasarela los dos grupos se detuvieron. Un hombre robusto y con los brazos llenos de cicatrices se acercó a mí.

    Dame el mensaje. —me ordeno con voz grave. Él era el jefe. Era evidente.

Me quede en silencio mirándole fijamente y sin mostrar emoción. Si me habrían de recordar que no fuese por miedo. Y es ahora cuando tengo la sensación de que aquel era mi destino, de que no hubiera tenido ni la más mínima oportunidad de escapar de él. 

    ¿Es que ahora sois sordos? —el hombre se acercaba poco a poco.

Oí pasos tras de mí. Demasiado ruidosos. Me giré rápidamente y utilicé el impulso para empujar al hombre. No sirvió para qué cayera pero si para que desviase la atención. Ahora estaba atento a mis brazos. Adelante la pierna derecha y a pesar de sus manos sujetándome los hombros pude hacerle trastabillar. Cualquier error significaba la muerte. Al menos no se diría que no me defendí. 

El hombre cayó por el precipicio y note los brazos del jefe rodeándome. Me giró y me golpeó en el estómago. Baje la mirada por inercia y apreté los puños por el dolor. 

    Veo que si entiendes la violencia. Volveré a decirlo. Danos el mensaje. —había un ligero tono de ira en la potente voz del mercenario.
    Mi nombre es Heline Svallian. —no se me ocurrió otra forma de evitar acatar las órdenes de aquel monstruo.
    El mensaje. —me sujeto con más fuerza clavando sus dedos contra mis omoplatos y clavándome de un sordo golpe su rodilla en mi vientre.

Caía de rodillas y note un sabor metálico en la boca. Al abrirla para hablar la sangre resbalo por mi barbilla.

    Hija del Conde Svallian, sangre de los guerreros Svallian y descendiente de los antiguos héroes. —seguí recitando. 

Intenté que mi voz sonase firme y clara. No me sacarían nada. Recibí una nueva patada y sentí las ganas de vomitar, sentí la sangre agolpándose en mi garganta dispuesta a salir.

    Miembro de los Jinai Mensei. Sin bandera, sin rey ni gobernante, sin religión ni creencia, salvaje y libre cómo el viento. —cada vez iba más deprisa. 

El mercenario cada vez estaba más furioso. Me agarró del pelo y me elevo frente a él. Era tan alto que sólo sentía el suelo en las puntas de mis pies. Lleve mis manos a su brazo e intente deshacerme de él. La cabeza me dolía por el tirón de mi cabello y sin evitarlo le escupí sangre a mi captor. Maldijo entre dientes y me miró con furia. Me giró hacia el precipicio izquierdo que era un poco más profundo que por el que había empujado al hombre que se había acercado a mí.

    Dime el mensaje o morirás. —ordenó mientras sujetaba con más fuerza mi pelo.

Gemí y me retorcí con cuidado para no caerme. No hablaría. No lo haría. Lo había jurado y nada me haría revelar mi mensaje. En mi mente las palabras golpeaban incesantes mi pensamiento de supervivencia. 

Tiempos difíciles corren. Bien lo sabemos viejo amigo, me gustaría no enviarte este oscuro mensaje más te debo lealtad y ante todo amistad. Gran Emperador Kharthol, el Gran Duque de la Ribera está organizando sus ejércitos. Muchos de los hombres que le sirven son cercanos a vos. Le aconsejo que huya y que no confíe en nadie, mucho menos en su propia familia, en sus amigos, en los criados e incluso me atrevería a decir que si ha de confiar en alguien que sea alguien no humano. Todo termina, no sea tan imprudente de quedarse, haga caso a este viejo amigo y no vuelva a Raisinia. Su siempre leal, Conde Garting.

Querían escapar, querían hacerlo para salvarme pero de mis labios no saldría jamás palabra alguna. ‘Antes el deber de callar, antes la lealtad a mis hermanos Mensei, antes la muerte.’, me dije a mi misma.

Y entonces lo supe. Sabía lo que tenía que hacer. Morir. Pero no a manos de ese monstruo. Sabía que jamás me mataría sin haber obtenido el mensaje que buscaba, sin haber comprobado quien era el que me había ordenado transportarlo. Estaba segura que al Gran Duque no le gustaría ver a aquel mercenario si no llevaba el nombre de lo que para él sería un traidor.

    Hablaré, hablaré. —dije con prisa.

El hombre me miró con desconfianza y me giró. Me soltó frente a él. Craso error, me dije. 

    Suéltalo. —ordenó.

Di unos cortos pasos atrás y sonreí con rapidez.

    Antes la muerte. —y me tiré al abismo.

Mi destino era morir. Aunque hablase moriría. Pero yo había vencido, yo me había llevado el secreto a la muerte, yo había elegido cómo terminar mis días. Y sigo creyendo que, si en los pasillos del castillo del Conde Garting hubiera sabido que aquel trabajo iba a costarme la vida… Creo firmemente que no hubiera huido.

Aunque la caída fue corta y la muerte rápida, mil recuerdos pasaron raudos por mi mente, aquellos últimos segundos fueron lentos y llenos de emociones.

El miedo y el valor se mezclaban en mi corazón. En mi mente se perfilaban los rostros que amaba. Mi dulce y vital madre y mi severo pero cariñoso padre. Mis gruñones pero queridos hermanos. Mi primo Fedrick. Y mi prometido Gerart. No les había fallado. Había cumplido el último deber de un Jinete. Proteger el mensaje con mi propia muerte, alcanzar el valor de la sangre Svallian y ser tan libre cómo el más salvaje de los caballos.

Al llegar al oscuro fondo no sentí dolor ni temor. Mi cuerpo se rompió y desgarró. La sangre se derramó por las rocas, mi cuerpo perdió todo resquicio de vida y mi espíritu desapareció de aquel lugar en un mudo silencio que ni siquiera el grito desquiciado del mercenario logró romper. Y en la roca, allí donde la sangre se había extendido, libre y salvaje, cómo el espíritu de mis antepasados, parecía haber quedado impreso el legado, que yo, Heline, había dejado en mis últimos instantes de vida. 

Puede que mi nombre nunca se recuerde, puede que ya no haya nada más después de la muerte. Pero yo he tenido honor y nobleza, he llevado con orgullo y verdadera valentía el honor de mi familia. Incluso después de la muerte seré una Jinai Mensei. Por mi sangre corre la salvaje sangre de los Svallian y nadie ni nada, en ningún bosque ni montaña, en ningún lugar de Raisinia ni de ninguna otra tierra, mundo o universo osará matarme. Sólo yo puedo hacerlo, sólo yo puedo otorgarme la libertad. Mi nombre es Heline Svallian, Jinai Mensei del continente Raisinia y he cumplido con mi cometido.

♦♦♦

Y ahora, cómo espíritu errante, veo a mi tierra morir agonizante, veo a los Svallian disminuir y sin embargo, todos desaparecen y yo sigo aquí. Todos mueren y todos se van. Menos yo. Parezco un error, de hecho lo fui. Yo desencadene todo esto. Yo morí en medio de mi cometido y ahora la tierra de Raisinia se tiñe de rojo sangre y todos mis hermanos, de sangre y de corazón, mueren mutilados. Veo las almas agonizantes de los niños, el grito de los adultos y la resignación de los ancianos. También oigo el desgarro de las criaturas, de los seres, de los animales, del resto de vidas del continente, todas condenadas, todas inocentes. Todos sufren y todos sangran, y yo sigo aquí, vigilante, atada, condenada y viendo la consecuencia de qué fallase a Raisinia, viendo cómo todos desaparecen en las brumas de la muerte mientras yo no vivo ni tampoco muero, mientras observo mi mundo arder, y aun así, aun sintiéndome culpable no hubiera huido, por qué quizás, el resultado hubiera sido peor. Nadie leerá estas palabras, nadie vendrá a salvar esta tierra que exhala su último aliento de vida. ¿Seguiré aquí cuando sólo quede ceniza?

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