Y aquí vengo yo hoy a dejaros el relato del proyecto Neminis Terra. Entrad a la web del proyecto, donde se harán más cosas de estas, y leed los relatos que hay ya publicados. No os arrepentiréis. Espero el mío os guste y ya sabéis cualquier sugerencia para que mejore es bienvenida. Y por último quiero agradecer a los administradores, que tantas han aguantado, esta oportunidad y el magnífico proyecto. Y ya dejo de irme por las ramas. | ||
REIVINDICANDO BLOGGER: NEMINIS TERRA |
La sangre de una Svallian
No podía imaginar la jugada qué me deparaba el
destino, ni tampoco el precio que iba a pagar por ser una Jinai Mensei. Aun
sabiéndolo creo que huir no hubiera sido lo primero que se hubiera pasado por
mi cabeza. Los Svallian no huyen y yo pertenezco a ellos.
Mi nombre es Heline Svallian, pertenezco a la línea
de sangre de los Svallian, familia noble y poderosa cuyo lema es ‘El Deber de
la sangre, la sed de Justicia’. En la familia todos somos guerreros, bueno, la
mayoría, siempre tiene que haber alguien en política. Yo no era una simple
guerrera. Era un Jinai Mensei, también denominada Jinete Mensajera. Y la
historia que viene a continuación es la historia de cómo morí, de cómo me perdí
en la bruma de los olvidados y cómo por mi culpa habría de desencadenarse la
guerra en las tierras de Raisinia.
♦♦♦
Todo empezó en los pasillos del castillo del Conde
Garting, al suroeste de nuestro continente. Caminaba al ritmo del sirviente que
me guiaba y esperaba cada vez que él me lo indicaba. Era un hombre de pelo
canoso y parecía andar cansado. Hablaba pausado y sin embargo algo en él me
decía que aquel trabajo era urgente para su señor.
Cuando llegamos a la última puerta del castillo, la
que daba al gran salón no me detuvo. Me abrió la puerta y entré. A mis espaldas
la puerta volvió a cerrarse sin apenas ruido. Miré al frente y vi a un hombre
alto y delgado. No debía llegar a los sesenta años y sin embargo tenía la
mirada de un anciano. Y sé cómo es la mirada de un anciano por qué mi abuelo,
años antes de morir nos miraba así.
— ¿Eres tú la Jinai que han enviado de la Fortaleza? —pregunto
el conde.
— Sí. ¿No es evidente? —dije procurando que no
pareciera una broma.
— Nunca se sabe, nunca se sabe. —se acercó a una mesa
que había al fondo de la sala y cogió un sobre.- Permite a este viejo saco de
huesos dudar hasta de su sombra.
— Nadie osaría suplantar a uno de los nuestros. —dije
sin poder contenerme.
— Eso espero. —se acercó y me tendió un sobre.
— ¿Destino? —pregunte con la rapidez habitual.
— El gran emperador, Kharthol. En su palacio de la
capital Dertel. Raisinia. —aquel hombre sabía perfectamente el orden preferente
de las indicaciones para los Jinetes. Debía haber contado con nuestros
servicios en más de una ocasión.
— ¿Urgencia? —continué siguiendo el protocolo de los
Mensajeros.
— Grave, muy grave. Debes llegar lo más pronto posible
y nadie debe arrebatarte tu mensaje. —la voz de Garting se endureció y se
volvió más ronca.- De ti depende el destino de estas tierras.
— Cumpliré mi deber, señor. —abrí el mensaje.
Lo aprendí de memoria. Mi mente trabaja deprisa y
con eficacia. Tal y cómo había aprendido en la Fortaleza Jinai. Me acerqué a
una de las antorchas que iluminaban la estancia y deje que el papel ardiera. A
mis fosas nasales llegó el leve olor a papel quemado que me era familiar. El
protocolo era claro, las urgencias normales podían transportarse en papel, las
leves, en papel especial de doble capa, es decir, escondidas en un mapa, en una
hoja de libro, etc. Las intermedias debían quemarse si así opinaba el cliente,
si no se procedería a esconderlas en un objeto cotidiano durante el transporte.
Pero en aquel caso, la urgencia era grave. El papel debía ser quemado. Y la
información memorizada a la perfección por el Jinete, daba igual lo larga que fuera.
En los casos anteriores la memorización perfecta no era tan importante.
Saqué del bolsillo el pin que utilizábamos los Jinai
Mensei y se lo entregué al Conde. Él asintió y me otorgó una triste sonrisa de
ánimo. Salí corriendo sin pararme a despedirme. Sabía lo que el Conde Garting
haría con el pin. Se lo daría a uno de los secretarios de los Jinai Mensei.
Esté lo llevaría a la Fortaleza y sabrían que yo estaba en medio de una misión
de grave urgencia. Si no hubiera sido así Garting tendría que haber firmado en
un papel que el secretario le llevaría unas horas después de que yo me hubiera
marchado. Se podría afirmar que siempre había un secretario para cada Jinete y
que eran cómo nuestra sombra.
♦♦♦
Sentía el viento en la cara y mi melena rubia
ondeando cual bandera al viento. Si algo me gustaba de ser mensajera era sentir
la velocidad y pensar en el trabajo cómo una carrera contra el tiempo.
En aquellos instantes mientras guiaba a mi yegua de
color caoba por los caminos en dirección a la Cordillera Aguja, tenía la
sensación de que no estaba sola, de que algo iba a suceder. Pensé que eran
paranoias mías, iguales a las que tuve en mis primeros trabajos, idénticas al
sentimiento de peligro que acarree en mi primer viaje de urgencia grave.
Aun creyendo que sólo eran imaginaciones notaba los
músculos tensos. Me repetía a mí misma que me tranquilizara. Cuando llegara a
la Cordillera Aguja todo pasaría. Sólo los locos y los Jinai Mensei entran en
ella, y sólo los de nuestra orden logramos salir, de hecho sabemos salir. Era
el camino más rápido para llegar a la capital, al Norte de Raisinia. Calculé
mentalmente que si comía mientras cabalgaba llegaría en menos de dos días. Por
suerte los caballos que usamos los Jinai son fuertes, resistentes y veloces.
Nacidos y criados cómo nosotros, para el trabajo de la mensajería.
♦♦♦
Ante mí se alzaban las afiladas montañas cuya forma
y cuyo interior daba nombre a la cordillera. Montañas que terminaba en afiladas
puntas y cuyo aspecto era elegante, helado y esquelético. En el interior, a
través del paso abierto a duras penas por el hombre se alternaban los
precipicios. Algunos eran demasiado bajos cómo para matarte si caías. Claro que
eso sí el suelo hubiera sido liso y no lleno de rocas en forma de puntiagudos
pinchos. Por eso en todos, al mínimo error tuyo o de tu montura, podías sufrir
una cruel muerte. En aquellas montañas, en aquel paso, podía aguardarte la
negra dama con su guadaña bien afilada.
Habían sido muchas las ocasiones en las que la había
cruzado. Recuerdo el terror que sentí el primer día. Me aterraba la idea de
morir allí. Pero aquella era la primera vez que tenía verdadera prisa, la
primera vez que tenía que correr tanto como para volar al son del viento. Y
hacer eso en un lugar plagado de trampas y de un suelo traidor era algo casi
imposible.
Me arme de fuerzas sin detenerme y sentí cómo mi
montura se tensaba. Mi fiel yegua, Madier, también sabía lo que teníamos que
hacer.
— Somos Svallian, podemos hacerlo amiga mía. —le
susurré mientras cabalgábamos aprisa.
Aquella yegua llevaba conmigo desde que me nombraron
oficialmente parte del cuerpo Jinai. Desde entonces la había considerado mi
amiga y parte de mi familia aunque por aquel noble animal no corriera la sangre
de mi casta.
Por desgracia todavía no me había dado cuenta y
habría de pagar mi torpeza. Alguien seguía mis pasos.
♦♦♦
Las rocas que me rodeaban no eran suficientes para
oscurecer el lugar. Los vagos rayos de los dos soles entraban por las grietas y
los recovecos que las afiladas formaciones les dejaban. Iba al galope, todavía
había espacio y no habían comenzado los precipicios y pasarelas.
Pasé así media hora sin más ruido que el de mi
corazón palpitante y mi rápida respiración unida al rítmico golpeteo de los
cascos de Madier contra el negro, duro e irregular suelo.
En cuanto distinguí los dos primeros precipicios fui
deteniendo a mi montura. Entre ellos una pasarela permitía continuar el camino.
Era lo bastante ancha para una montura e incluso, con mucho cuidado en algún
momento, para caminar a su lado. Los primeros precipicios no tenían más de tres
metros de altura, los siguientes iban alternando al azar la profundidad. Unos
más y otros, incluso menos que aquellos. Pero todos igual de mortíferos, todos
parecían llamar hacia ellos a quien se atrevía a cruzarlos y sortearlos. Era
como si la tierra de Raisinia quisiese defenderse del hombre y aquella fuese su
arma más letal. Parecía que la naturaleza guerreaba contra el paso que siglos
atrás habían osado abrir los esclavos de los reyes de antaño. Parecerá que me
repito pero los detalles son importantes. Yo no les presté atención hasta que
no oí el grito.
No era un grito de auxilio, era un grito de captura,
una orden dada por una voz grave, potente y con un tono furioso. Me pilló a la
mitad de los primeros precipicios. Agucé el oído luchando contra mi propia
sorpresa. Intenté aumentar la velocidad sin arriesgarme a caerme. Sabía que
iban a por mí. En aquel lugar era la única opción. Por eso habían dejado de
mostrarse silenciosos, por eso me habían permitido saber que me perseguían. Era
el grito de un cazador que tiene acorralada a su presa. Por qué sabían, sin que
me cupiese duda, que estaba allí. Aun así, pensé en aquellos momentos que tenía
una oportunidad. Seguramente no conocieran aquellas montañas, bien podían
haberse adentrado sin conocerlas por un puñado de monedas de quien quisiese el
mensaje que transportaba en mi mente.
Me aferré a esa posibilidad, a esa oportunidad de
escapar. Mi subconsciente se culpaba por ser tan idiota y despistada, por no darse
cuenta de que la seguían aunque no supiera exactamente desde cuándo. Mi
consciencia estaba más preocupada de no caer y de no ser alcanzada. Sabía que
si me daba la vuelta los vería, vería a unos aterradores mercenarios, era
aquella la mayor probabilidad, perseguirme con sus caballos. Mi esperanza de
escapar se basaba en la teoría de que, si eran mercenarios, sus caballos serían
resistentes pero no veloces y mucho menos ágiles.
— Juro ser muda cómo un muerto y rápida cómo un rayo,
libre como el viento y salvaje cómo un caballo. — susurré aquellas palabras,
aquella parte del juramento de los Jinai Mensei.
Las voces se acercaban. Demasiado rápido. Y entonces
los vi. Detuve de golpe a Madier. Allá, al fondo de la segunda pasarela, cuatro
hombres caminaban en mi dirección. Miré atrás. Cinco hombres se acercaban hacia
mí. Me baje de mi yegua y la espanté. Con cuidado y tras varios intentos
rápidos salió corriendo en dirección contraria a la que íbamos. Sabía que la
dejarían pasar. Los Jinai jamás se desprenden de su mensaje y merecía la pena
correr el riesgo de que conociesen al cuerpo de mensajeros lo suficiente para
saberlo.
‘Por lo menos Madier se salvará’, pensé. Cuando
estuvieron a los extremos de la primera pasarela los dos grupos se detuvieron.
Un hombre robusto y con los brazos llenos de cicatrices se acercó a mí.
— Dame el mensaje. —me ordeno con voz grave. Él era el
jefe. Era evidente.
Me quede en silencio mirándole fijamente y sin
mostrar emoción. Si me habrían de recordar que no fuese por miedo. Y es ahora
cuando tengo la sensación de que aquel era mi destino, de que no hubiera tenido
ni la más mínima oportunidad de escapar de él.
— ¿Es que ahora sois sordos? —el hombre se acercaba
poco a poco.
Oí pasos tras de mí. Demasiado ruidosos. Me giré
rápidamente y utilicé el impulso para empujar al hombre. No sirvió para qué
cayera pero si para que desviase la atención. Ahora estaba atento a mis brazos.
Adelante la pierna derecha y a pesar de sus manos sujetándome los hombros pude
hacerle trastabillar. Cualquier error significaba la muerte. Al menos no se
diría que no me defendí.
El hombre cayó por el precipicio y note los brazos
del jefe rodeándome. Me giró y me golpeó en el estómago. Baje la mirada por
inercia y apreté los puños por el dolor.
— Veo que si entiendes la violencia. Volveré a
decirlo. Danos el mensaje. —había un ligero tono de ira en la potente voz del
mercenario.
— Mi nombre es Heline Svallian. —no se me ocurrió otra
forma de evitar acatar las órdenes de aquel monstruo.
— El mensaje. —me sujeto con más fuerza clavando sus
dedos contra mis omoplatos y clavándome de un sordo golpe su rodilla en mi
vientre.
Caía de rodillas y note un sabor metálico en la
boca. Al abrirla para hablar la sangre resbalo por mi barbilla.
— Hija del Conde Svallian, sangre de los guerreros
Svallian y descendiente de los antiguos héroes. —seguí recitando.
Intenté que mi voz sonase firme y clara. No me
sacarían nada. Recibí una nueva patada y sentí las ganas de vomitar, sentí la
sangre agolpándose en mi garganta dispuesta a salir.
— Miembro de los Jinai Mensei. Sin bandera, sin rey ni
gobernante, sin religión ni creencia, salvaje y libre cómo el viento. —cada vez
iba más deprisa.
El mercenario cada vez estaba más furioso. Me agarró
del pelo y me elevo frente a él. Era tan alto que sólo sentía el suelo en las
puntas de mis pies. Lleve mis manos a su brazo e intente deshacerme de él. La
cabeza me dolía por el tirón de mi cabello y sin evitarlo le escupí sangre a mi
captor. Maldijo entre dientes y me miró con furia. Me giró hacia el precipicio
izquierdo que era un poco más profundo que por el que había empujado al hombre
que se había acercado a mí.
— Dime el mensaje o morirás. —ordenó mientras sujetaba
con más fuerza mi pelo.
Gemí y me retorcí con cuidado para no caerme. No
hablaría. No lo haría. Lo había jurado y nada me haría revelar mi mensaje. En
mi mente las palabras golpeaban incesantes mi pensamiento de supervivencia.
Tiempos difíciles corren. Bien lo sabemos viejo
amigo, me gustaría no enviarte este oscuro mensaje más te debo lealtad y ante
todo amistad. Gran Emperador Kharthol, el Gran Duque de la Ribera está
organizando sus ejércitos. Muchos de los hombres que le sirven son cercanos a
vos. Le aconsejo que huya y que no confíe en nadie, mucho menos en su propia
familia, en sus amigos, en los criados e incluso me atrevería a decir que si ha
de confiar en alguien que sea alguien no humano. Todo termina, no sea tan
imprudente de quedarse, haga caso a este viejo amigo y no vuelva a Raisinia. Su
siempre leal, Conde Garting.
Querían escapar, querían hacerlo para salvarme pero
de mis labios no saldría jamás palabra alguna. ‘Antes el deber de callar, antes
la lealtad a mis hermanos Mensei, antes la muerte.’, me dije a mi misma.
Y entonces lo supe. Sabía lo que tenía que hacer.
Morir. Pero no a manos de ese monstruo. Sabía que jamás me mataría sin haber
obtenido el mensaje que buscaba, sin haber comprobado quien era el que me había
ordenado transportarlo. Estaba segura que al Gran Duque no le gustaría ver a
aquel mercenario si no llevaba el nombre de lo que para él sería un traidor.
— Hablaré, hablaré. —dije con prisa.
El hombre me miró con desconfianza y me giró. Me
soltó frente a él. Craso error, me dije.
— Suéltalo. —ordenó.
Di unos cortos pasos atrás y sonreí con rapidez.
— Antes la muerte. —y me tiré al abismo.
Mi destino era morir. Aunque hablase moriría. Pero
yo había vencido, yo me había llevado el secreto a la muerte, yo había elegido
cómo terminar mis días. Y sigo creyendo que, si en los pasillos del castillo
del Conde Garting hubiera sabido que aquel trabajo iba a costarme la vida… Creo
firmemente que no hubiera huido.
Aunque la caída fue corta y la muerte rápida, mil
recuerdos pasaron raudos por mi mente, aquellos últimos segundos fueron lentos
y llenos de emociones.
El miedo y el valor se mezclaban en mi corazón. En
mi mente se perfilaban los rostros que amaba. Mi dulce y vital madre y mi severo
pero cariñoso padre. Mis gruñones pero queridos hermanos. Mi primo Fedrick. Y mi
prometido Gerart. No les había fallado. Había cumplido el último deber de un Jinete.
Proteger el mensaje con mi propia muerte, alcanzar el valor de la sangre
Svallian y ser tan libre cómo el más salvaje de los caballos.
Al llegar al oscuro fondo no sentí dolor ni temor. Mi
cuerpo se rompió y desgarró. La sangre se derramó por las rocas, mi cuerpo
perdió todo resquicio de vida y mi espíritu desapareció de aquel lugar en un
mudo silencio que ni siquiera el grito desquiciado del mercenario logró romper.
Y en la roca, allí donde la sangre se había extendido, libre y salvaje, cómo el
espíritu de mis antepasados, parecía haber quedado impreso el legado, que yo,
Heline, había dejado en mis últimos instantes de vida.
Puede que mi nombre nunca se recuerde, puede que ya
no haya nada más después de la muerte. Pero yo he tenido honor y nobleza, he
llevado con orgullo y verdadera valentía el honor de mi familia. Incluso
después de la muerte seré una Jinai Mensei. Por mi sangre corre la salvaje
sangre de los Svallian y nadie ni nada, en ningún bosque ni montaña, en ningún
lugar de Raisinia ni de ninguna otra tierra, mundo o universo osará matarme.
Sólo yo puedo hacerlo, sólo yo puedo otorgarme la libertad. Mi nombre es Heline
Svallian, Jinai Mensei del continente Raisinia y he cumplido con mi cometido.
♦♦♦
Y ahora, cómo espíritu errante, veo a mi tierra
morir agonizante, veo a los Svallian disminuir y sin embargo, todos desaparecen
y yo sigo aquí. Todos mueren y todos se van. Menos yo. Parezco un error, de
hecho lo fui. Yo desencadene todo esto. Yo morí en medio de mi cometido y ahora
la tierra de Raisinia se tiñe de rojo sangre y todos mis hermanos, de sangre y
de corazón, mueren mutilados. Veo las almas agonizantes de los niños, el grito
de los adultos y la resignación de los ancianos. También oigo el desgarro de
las criaturas, de los seres, de los animales, del resto de vidas del
continente, todas condenadas, todas inocentes. Todos sufren y todos sangran, y
yo sigo aquí, vigilante, atada, condenada y viendo la consecuencia de qué
fallase a Raisinia, viendo cómo todos desaparecen en las brumas de la muerte
mientras yo no vivo ni tampoco muero, mientras observo mi mundo arder, y aun
así, aun sintiéndome culpable no hubiera huido, por qué quizás, el resultado
hubiera sido peor. Nadie leerá estas palabras, nadie vendrá a salvar esta
tierra que exhala su último aliento de vida. ¿Seguiré aquí cuando sólo quede
ceniza?
ANTERIOR
SIGUIENTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario