Las hojas caen. Cierro los ojos y siento la calma. La brisa
quiere acariciar mis mejillas pero no puede alcanzarme, nunca podrá. Mis pasos
resuenan contra el suelo en un silencio atronador. Nadie se da cuenta de la
danza que estoy llevando a cabo. Todos caminan, todos corren, todos tienen
prisa y ninguno de ellos observa o escucha. Nadie se para, nadie mira lo que le
rodea. Es triste. Avanzan ciegos. Y yo sigo, varada, en un paseo sin rumbo.
Oigo a los pájaros cantar y a los árboles murmurar. Siento
el arrorró de las flores y la timidez de los arbustos. Una hoja cae hacia mi,
una pequeña y valiente hoja. Es de color marrón claro. Alargó la mano e intento
cogerla pero mis dedos no pueden tocarla. Soy etérea, soy como la brisa que no
consigue alcanzarme.
Llevo dos días aquí, dos días paseando por la ciudad. Para
mi ya no es la misma, ahora la puedo ver bien. Ahora puedo sentirla y no me
gusta la parte humana que veo. Dolor y crueldad, pocos atisbos de compasión.
Triste, demoledor, una verdad que quema. La naturaleza esta encerrada,
aprisionada entre las manos del hombre y este se niega a dejarla ir. Lo que no
sabe, es que ella no lo abandonaría, sólo tiene que respetarla, sólo tiene que
cuidarla como una niña risueña.
Me acercó a una mujer que esta sentada. Ellos no las ven.
Son negras, más negras que la noche, más negras que un abismo. Rodean sus
oídos, impidiéndoles oír y dándoles lo que ellos quieren escuchar para
auto engañarse. Tapan sus ojos y les dan imágenes de un mundo equivocado en la
que la verdad esta ahogada por la mentira. Son vendas de acero, cuanto más dura
la mentira más se fortalecen, más terribles se hacen, más aprisionan a sus
esclavos.
Veo todo esto y no siento nada. El rumor del agua corriendo
llega hasta mi y una misteriosa canción se cuela en mis oídos. Me dirijo hacia
ella como si fuera una luz y entonces todo desaparece y el sonido de la lluvia
se incrementa.
Y recuerdo.
El agua caía rápida, yo estaba cruzando la carretera. Todo sucedió deprisa. El golpe y la caída. El dolor y el crujido de los huesos. La macabra melodía de los murmullos y las exclamaciones. Todo en unos segundos, como comprimidos a presión. El sonido fue disminuyendo y entonces encontré la paz en la lluvia.
Y todo cambió. Ahora todo se ha desvanecido y la lluvia
desaparece. Ya no queda nada y yo no siento nada. Cierro los ojos y dejo que el
silencio me envuelva y me desvanezca en la nada. Olvido lo que fui y lo que
soy. Pierdo el seré y me desvanezco.
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