1. Corazón de hielo

5 de abril de 2015

Os presento a la protagonista.
¡Hola! Tras un largo tiempo sin pasarme por aquí os dejo el primer capítulo de un proyecto en el que estoy trabajando. He de decir que estoy intentando escribir este nuevo proyecto de una forma distinta y este es el único capítulo que tengo escrito (de esta versión que antes tenía otra cortita). El título de la historia es provisional [Corazón de hielo, manos de sangre] y seguramente lo cambie por que me parece algo largo y además, al contrario de lo que me pasó con Jaque Mate, no sé por donde van a ir algunas partes de la historia y tengo que definir bastantes personajes. Por lo que esto es una prueba más que nada para ver por dónde puedo avanzar y en que debo fijarme más. Y dejo ya de meteros rollo.
Espero que os guste y que me digáis fallos que veáis sobretodo del hecho de que la he escrito en presente para probar y quiero asegurarme. ¡Muchas gracias y disfrutad de cada día!
María.

1. Corazón de hielo
Nunca me paré a pensar que era la Guerra. Es una mentira. Una cruel mentira. Me refiero a las películas, a los libros, incluso a la propia Historia. Es peor y ni siquiera la muerte es comparable a ella. Muchos son los que piensan que en mi corazón sólo hay hielo porque mis manos se llenan de sangre continuamente. No es mi problema. Yo no elegí esto, esto me eligió a mí. Es la forma en la que aprendí a sobrevivir. Tenía una meta que ahora me parece difusa y lejana.
Puede que sea ahora cuando me doy cuenta que nada en esta vida tiene sentido. Nada de lo que hacemos nos lleva a ningún sitio. No por lo menos en estos años, en esta sociedad. Si algo he aprendido es que no se puede esperar nada en esta vida. Si lo quieres lo buscas, si lo deseas lo tomas. Sin permisos ni consideración. Si tienes el poder tienes tu sitio en este mundo. Sin vuelta de hoja. Es lo único cierto en este universo.
Dirán que no, dirán que miento y que es mi situación la que me lo ha hecho creer. Pero no me engaño. Abrí los ojos en el momento más oscuro y vislumbre sangre y dolor. Aquello es real, nadie me lo hizo creer. Lo creí yo sola. Aquí todos lo sabemos. Algunos lo hacen por mera diversión pero otros pagamos un alto precio por cada vida que sesgamos.
Cuando camino por la calle la gente me teme y me respeta. Se apartan y me abren paso. Sé cómo me ven. Una sombra de sangre, una muerte cruel y concreta, con su motivo y su razón. Sé cómo me llaman. Granate, Segadora, Mercenaria sin sangre, Manos de acero.
Yo tenía un nombre. Uno verdadero, con mi esencia y mi pasado. Por eso lo enterré en lo más profundo de mí ser. Allí se quedará, sin esperanza ni dolor, sin absolutamente nada. Estará a salvo del mundo. No recuerdo en que momento exacto decidí esconderlo por siempre y ahora poco importa. Sé que lo he escrito montón de veces pero corro el riesgo de olvidar que está ahí y perderme para siempre o estar tentada de devolvérmelo y vestirlo de nuevo. No puedo. Puedo aferrarme a él pero jamás cogerlo. Me lo prohibí hace mucho tiempo.
Si ahora volviera a tener doce años no me pararía a pensar en lo que el destino deparaba a Sandala y a la mayoría de sus habitantes. La Guerra no tiene sombra para los pobres. No hay clase media, que va. Es una burda mentira y falsedad. A la hora de la verdad o eres rico o pobre y si te consideran de la clase media es que eres pobre. Sólo eres menos pobre, más lo eres al fin y al cabo. Y a los pobres no nos dio tiempo de ver siquiera la sombra de la guerra antes de que apareciese.
En estos años cada vez que he cerrado los ojos he esperado impaciente a la muerte, no con valentía, con un miedo atroz pero con un deseo aún mayor. Lo que he visto, lo que recuerdo cada vez que me acuesto, me arranca trozos de mi alma. Los que no han estado dirán que tengo suerte de estar viva y les rajaría el cuello para que se callasen. La violencia tiene un precio, nosotros, los que sobrevivimos somos los que pagamos, sufrimos en silencio sin nadie que nos entienda. Nos llevamos los gritos de la batalla, las almas de los que cayeron y las pesadillas que llevamos cosidas a la espalda de forma permanente. Y cuántas más llevamos más lejana nos parece la muerte y la paz que ansiamos que ofrezca.
Dicen que los Asesinos Granate no somos humanos ni sentimos como ellos. Dicen que no tenemos moral ni humanidad pero se equivocan. Hay excepciones, siempre las hay. Pero la mayoría somos humanos hasta la médula y sentimos cada gota de sangre que derramamos pero es lo que nos enseñaron para sobrevivir. No conocemos otras maneras de vivir, ni podríamos llevarlas a cabo. La pesadilla interferiría en nuestras vidas. El dolor se cuela por las rendijas de nuestras pestañas y atraviesa los poros de nuestra piel. Paraliza nuestros sentidos y lo único que podemos hacer es transferir ese dolor.
Ahora debo irme, debo detener mi pensamiento. En dos horas debo finalizar la vida de cierto personaje rebelde. ¿Cuándo vendrás muerte y me ajusticiarás?...

El reloj da las 10 de la mañana. La joven se levanta y guarda el cuaderno de color negro y manchas rojo sangre contrastadas con esquinas roídas y gastadas. Cierra con varios candados el arcón donde este reposa y se acerca a su armario. Lo abre y se apropia de armas de un afilado y ligero acero.
Antes de salir del apartamento se ve reflejada en el espejo de cuerpo entero que adorna la puerta. Alta y mucho más delgada que en su adolescencia. Las marcas del hambre del pasado han quedado grabadas a fuego, sobre todo en el rostro, triangulado y con los rasgos bien marcados. Los brazos desnudos están llenos de cicatrices irregulares y algunas casi imperceptibles mientras que otras cruzan sus brazos como una línea dibujada con láser. La joven coge el pañuelo colgado de la puerta y se lo ata al cuello tapando la cicatriz delgada y precisa que va de un lado a otro de su garganta. Un recuerdo de que por muy cerca que este la muerte no puede alcanzarla. Sube el pañuelo hasta su nariz y deja ver sólo sus ojos marrón oscuro, casi negros.
-      Mami, ¿Quién es esa mujer? –la voz de un niño resurge en su mente al contemplarse en aquella superficie lisa y simétrica.
-      Sssh. No digas nada cariño, es una mujer mala. No debes acercarte nunca a los que vistan esos colores, ¿lo entiendes? Ahora vamos, este no es un territorio apropiado. –la mujer cogió al niño en brazos y la miró con terror.
Asesina. Ella estaba segura de lo que la mujer había pensado. Asesina. Mujer mala.
Respira con profundidad. A veces le sucede. Retazos de situaciones cotidianas llenan su mente e intentan quemarla. No podrán, se dice a sí misma. Hace mucho tiempo que se acostumbró a ser la mala de la historia. Se yergue y vuelve a ver en el espejo a la profesional firme y segura, la asesina dispuesta a cualquier cosa.
Abre la puerta y sale del apartamento. Se encuentra con el personal de servicio que no le dirige la palabra. Tienen prohibido hablar con los dioses granates, tienen prohibido hablar con aquellos seres que actúan fuera de la ley sin consecuencias, de hecho les tienen pavor.
El ascensor está vacío pero aún así se dirige hacia las escaleras. Está en su décimo piso pero le da igual. Hoy no quiere encontrarse con nadie de los suyos. Hoy tiene suficiente con ver su ropa granate como para ver a los otros pocos.

El tren se aleja del edificio blanco y rojo que es la sede de los Asesinos Rojos, su hogar. El viento bambolea el vehículo mientras esta surca el aire. Sólo hay dos personas más y están alejadas de ella. Contempla el paisaje pasar veloz por las cristaleras del vehículo.
La zona céntrica tiene edificios modernos y portentosos. Parece una ciudad real, como las de su infancia. Su vista se desvía a las inmediaciones y a las afueras. Las casas son bajas, construidas entre hiedra, musgo y ruinas. Son cómo un paisaje medieval sobre un cementerio de piedra y sangre. Un recuerdo de un pasado que parece más lejano de lo que en verdad es.
Cuando el tren se detiene ella baja sin prisa pero sin detenerse a la plataforma. Bajo sus pies hay una caída de más de 500 metros. Se encamina al ascensor y baja con los ojos cerrados intentando sentir la velocidad de la caída controlada. El ascensor se detiene con suavidad y sale en dirección a las calles empedradas.
Mira a su alrededor, hacia un considerable tiempo que no realizaba ningún trabajo en una de las zonas pobres. Es como viajar a un período medieval. Sólo que la ropa de la gente es una mezcla de todo tipo de épocas. Nota las miradas de la gente y los pasos que se apartan de ella. Sobrevivir le ha costado un precio muy alto, se dice a sí misma un millón de veces.
Entra en una casa, sin llamar ni pedir permiso. La puerta se empotra contra la pared en un golpe seco y suave, y las tablas del suelo crujen ligeramente. Unas notas ascienden por la garganta de la joven. Las detiene. Aquel no es un trabajo libre, no tiene que levantar demasiada sospecha, nadie debe saber la marca del asesino y aquellas notas eran la suya.
Se deja guiar por un grifo con agua corriendo. Sus ojos recorren el salón al que ha entrado y localiza todas las posibles salidas. Sólo hay una cocina y un baño. Una sombra masculina se asoma por la puerta de este último. La joven saca su daga de su bota derecha y siente el roce de la hoja contra su piel.
-          ¿Quién es a estas horas? –la víctima se ha dado cuenta y tras colocar, por el ruido, algunas cosas sale del baño.
Ella siente casi compasión. Sus ropas parecen harapos y tienen bastante suciedad. Parece mentira que aquel personaje pertenezca a alguna rebelión. Cómo cambian los libros la realidad, se dijo recordando las novelas distópicas que leía en su adolescencia.
-          ¿Tú quién crees que soy?
El hombre hace el amago de lanzarse corriendo hacia una escopeta que reposa sobre la chimenea que se cae a pedazos. Ella es más rápida. Lo intercepta y le hace un corte en el estómago. El hombre gime y se lleva una mano al pecho mientras intenta detener a su agresora con la otra.
-          Tengo otra. –la joven levanta la otra mano y sujeta la muñeca del hombre que sujeta la suya.
Hace presión hacia abajo y acto seguido se impulsa con las piernas y lo levanta lo suficiente para ejercer fuerza contra él y golpearlo contra el mueble.
-          No te diré nada ni te daré nombres. –el hombre tartamudea.
Por muy rebelde que sea conoce perfectamente el cuerpo Granate. Sonríe por dentro. Debe de haber fastidiado mucho al gobierno para que manden a alguien de la élite.
-          No los necesitamos. –la verdad golpea al rebelde casi con tanta fuerza cómo el puñal que la mujer ha movido hacia su garganta y aprieta con furia.
La fría hoja comienza a tener sangre acumulada y parece fundirse con la piel de su víctima.
-          ¿Qui…? –la voz del hombre se atraganta con su propia sangre y los ojos de la joven captan su intento de pregunta.
El tiempo parece detenerse y la joven decide cederle un nombre por compasión. No para bien de la víctima si no para bien de su propia alma, para intentar menguar el precio que habrá de pagar.
-          Evania Tairi
Los ojos del rebelde se abren mientras su vida se esfuma cuando la joven desliza la hoja con rapidez por su cuello.

Sin duda he sido un rebelde bien molesto, se dice en su último pensamiento al recordar aquel nombre que tanto teme la gente.

Modificaciones (os dejaré que modificaciones voy haciendo en función de lo que voy avanzando en la organización de la historia):
13/4/2015 → Keisha cambia por Evania Tairi por motivos de significado para la historia.

2 comentarios:

  1. Hola. :3
    Acabo de leer tu primer capítulo y pinta muy bien. Es muy interesante. Te animo a que sigas escribiendo. Encantado de conocerte. :)
    Un abrazo. :3

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    1. ¡Gracias! Seguiré escribiendo y ya os dejaré según avance algo más de la historia ^^
      Encantada igualmente ;)
      Un fuerte abrazo de tinta y papel,
      María

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